Las religiones de Ana
Señor, qué aburrimiento. Apenas acabó el curso y ya empieza el pleito de las clases de religión. Para religión están las iglesias, sentencia Ana González, la consejera. Y sólo le faltó salir cantando por la plaza de España, como la gallina cuando pone el huevo. Pues dígame, doña Ana, y la religión greco-latina ¿en qué iglesias la habría que enseñar? ¿En el Partenón? Porque a mí me tuvieron enseñándola en un instituto público dos horas por semana, hasta que me jubilé. Normal: la religión greco-latina es la médula de la cultura clásica y no se puede enseñar la una sin la otra.
La izquierda no se acaba de enterar de que la nuestra es la civilización cristiana, que algo tendrá que ver con el catolicismo. ¿Por qué hay que enseñar en la escuela el mito de Sísifo y no la expulsión del Paraíso? ¿Por qué tienen que entender los escolares la Venus de Boticelli y no la anunciación de Fra Angelico? Puro sectarismo obtuso. Detrás de la Consejera ya forma en devota procesión la santa compaña del laicismo militante: la asociación Virgós, Fapas-Xixón, Asturias Laica. La religión que pagamos todos, protesta Juana Llana, de Fapas. Mentira y gorda, señora Llana: la religión la pagan los que ponen la cruz en la casilla correspondiente. Lo que pagamos todos es la Junta del Principado y la piscina municipal, aunque nos bañemos en casa.
El ciudadano Sanz Montes, al que los creyentes llaman obispo, distingue José Luis Iglesias, presidente de Asturias Laica. Permítame, señor Iglesias: a un obispo le llaman obispo tirios y troyanos. ¿O acaso para llamar pera a una pera hay que ser peral? ¿O pertenecer al orden de los monotremas y ser del tamaño de un conejo para llamar ornitorrinco a un ornitorrinco? Yo que usted empezaría por pedir laicismo en el Registro Civil, que parece el santoral de la Santa Sede. Los hay que se apellidan Capilla, pero otros acaparan apellidándose Iglesias. Si quieren limpiar de cristianismo dos mil años de historia, tendrán que empuñar la fregona y estar de sextaferias tres mil años. Como para pensárselo tres veces.
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