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Don Teodoro..., ¡don Teodoro!

15 de Julio del 2014 - Heradio González Cano (Oviedo)

Mi querido profesor, el día 14 de junio del año en curso, muy de mañana, escuché en la radio una muy triste noticia, la de su inesperado fallecimiento; francamente, fue como una gélida ducha sin haberme levantado de la cama. Por mi cerebro emocionado se disparaban muchas cosas, siendo la primera, cuando anecdóticamente, hace nada menos que 35 años, por casualidad, después de muchos años de no vernos, en media calle Uría de Oviedo nos encontramos, saludándome usted con su buen humor de siempre: “Qué, Heradio, paseando por Vetusta...”. A lo que de inmediato contestamos, “nada de eso, don Teodoro, estoy recién llegado al exilio tras la fratricida guerra sandinista de mi patria...”. Ah, se dijo, como la pasada nuestra, aunque ustedes en “pequeño”; venga conmigo a la rectoría de mi despacho. Y así, sin añadir más palabras, en la Universidad, después de atender a tres personas, me indicó “pase”, vamos a ir al Colegio de Abogados, pues desde hace muchos años he sabido de su “brillante currículum” de abogado y notario en el terruño de Darío, sonriendo ligeramente. Haciéndole saber, no obstante, que yo no conocía a nadie y que proyectaba regresar a México o Honduras dentro de unos seis meses... No dándole importancia a lo dicho y así a los pocos minutos me estaba presentando al inolvidable decano don Carlos Botas, Justo de Diego y Blanco Arboleya, quienes una vez informados de nuestra presencia, cariñosamente me ofrecieron sus despachos, y aunque después nunca los molesté en tal sentido, siempre los he tenido en el corazón con mi agradecimiento y de manera principal al “causante” con quien se fue haciendo una larga amistad, con este profesor de profesores, mi ejemplar maestro, como lo fueron don Luis Sela, don José María Serrano, José Aparicio, De la Concha, Iglesias Cubría, entre otros... Siempre nos saludábamos en cualquier parte a sonrisa abierta y cuando era en La Granda, con dos abrazos.

Ahora deberá saber don Teodoro que la tristeza que me embarga también la tienen el resto de alumnos hispanoamericanos quienes nos honramos de haberlo tenido por maestro y que en mi mundo del Derecho por las tres Américas, uno de los principales abanderados de la Universidad ovetense era el Economista, el orgullo de haber sido el principal impulsor académicamente, para bien de la docencia general y en particular, después de la difícil transición posfranquista... Quien además, como bien lo califica, entre otras gloriosas plumas, mi querido colega Ramón F. Mijares, era “un hombre con sentido del humor a la máxima potencia”... Por eso se despidió de su amada familia y sus verdaderos amigos “a la francesa”... Ya en mi libro “Palpitaciones poéticas” (páginas 172-175) que dedico a “mis queridos profesores asturianos”, le dije en vida, como debe ser las merecidas alabanzas y reconocimientos, por eso en este sentimental escrito, no voy a repetirme, pero sí a pulmón en voz hacer hincapié en lo que en el hotel de la Reconquista, ante más de cuatrocientas personas que le rendían homenaje..., sugerimos: “¡Ahora sólo falta la estatua!”. Bien que lo merece este “¡hombre transatlántico!”. Los que en las páginas de los periódicos lo alabaron y le siguen alabando, para que se haga de inmediato el levantamiento de la estatua, tienen la palabra.

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