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El "epiagios prerrománico", con perdón

25 de Agosto del 2014 - Francisco Serrano Pérez (Salinas)

Hacia los finales del pasado siglo, yo había conseguido, a través de unas relaciones amistoso-familiares, tener acceso al Tabularium Artis Asturiensis. Joaquín Manzanares Rodríguez nos fue enseñando a las cinco personas que componíamos el grupo de visitantes todos los tesoros de su colección, salpicando su sabio discurso con numerosas y entretenidas anécdotas personales, que explicaban en la mayor parte de los casos el modo y la manera como había llegado a sus manos cada una de las piezas. Más tarde, cuando, a la vista de una numerosa colección de maquetas de las principales iglesias que componen el patrimonio del prerrománico asturiano, la conversación derivó hacia esos habitáculos que en gran parte de ellas existen sobre la capilla central, Joaquín Manzanares explicó que él proponía el nombre de “episacrum” para dichos habitáculos.

El que esto escribe, aun siendo consciente de sus limitaciones, hizo notar que la palabra elegida no era la más adecuada, ya que estaba compuesta por una parte griega y otra latina, lo cual provocó un cierto malestar en el señor Manzanares.

Desde entonces, ando yo dándole vueltas a lo que llamo, ahora ya con una cierta presunción, nada menos que “epiagios”, que viene a significar “lo que está sobre lo sagrado”.

¡Pero vayamos por partes! Como parece ser que decía Jack the Riper, en parecidas circunstancias.

En el prerrománico asturiano existen, como ya se ha apuntado más arriba, en muchos de los edificios de los que han llegado a nuestros días, unas estancias situadas sobre la capilla central, que no suele tener más comunicación que una ventana al exterior. Sobre el uso de dicha estancia o habitáculo se ha hecho un buen número de suposiciones, algunas de ellas realmente peregrinas.

Yo, después de la conversación con Manzanares que he mencionado ya, tenía el presentimiento de que el susodicho habitáculo debía de estar relacionado con las disposiciones que Moisés recibió con relación al culto divino.

Fue pasando el tiempo, y hasta se producía alguna “coña” por parte de mis amigos, que sabían que yo tenía este tema pendiente. Alguna de mis amistades, en concreto, me preguntaba de cuando en vez cómo iba la búsqueda en la Biblia.

Recientemente, en esa búsqueda, se produjo un hallazgo que me hizo albergar muchas esperanzas: se trata del contenido del capítulo 40, versículo 19, del libro del Éxodo. Dice así: “Montó la tienda sobre la Morada y puso la cubierta sobre la tienda; como el Señor se lo había mandado a Moisés”.

Hagamos un resumen para centrarnos y recordar.

Los israelitas están en Egipto, suponen una masa de trabajadores que, en una cierta manera de esclavitud, crecen en número, de tal suerte que llegan a preocupar a los gobernantes. Como consecuencia de esto, se empieza a eliminar a los recién nacidos de este pueblo.

Una de estas criaturas, abandonada en una cesta en el río Nilo, es recogida por una princesa egipcia, que lo adopta. Es Moisés “el salvado de las aguas”.

Van a sucederle a Moisés una serie de aventuras y desventuras de muy diverso jaez, hasta que nos lo encontramos cuidando a unas cabras de su suegro, en el monte, cuando se siente interpelado por una voz que le habla desde una zarza que arde sin quemarse.

Aquella voz, que se manifiesta como la divinidad, le comunica que él es el elegido para dirigir al pueblo israelita; que ese pueblo es, a su vez, el elegido por Dios, y Dios mismo tiene previsto liberarlo de la esclavitud que sufre, sacándolo de Egipto y dándole un país en heredad que “mana leche y miel”.

Hay flojera por parte de Moisés, que se siente sin las condiciones necesarias para llevar a cabo lo que se le exige. Hay negación total por parte del faraón para liberar al pueblo israelita. Y hay una serie de plagas, diez en total, que asuelan al pueblo egipcio hasta que el faraón, por fin, cede.

El pueblo israelita abandona Egipto y pasa una larga espera de cuarenta años en el desierto cambiando de tanto en tanto de asentamiento. En estas circunstancias, y al principio de esos cuarenta años, Dios le encarga a Moisés la dedicación de una tienda para el culto divino, que esté segregada del resto de las tiendas. En esta tienda se va a guardar el Arca de la Alianza, y todos los objetos prescritos para el culto como el altar de oro para la ofrenda de incienso, la Menorah, etcétera.

La tienda estará dividida por un velo en dos partes. La primera de ellas se dedicará al culto diario, en el que los sacerdotes ofrecerán una serie de sacrificios. La otra parte, donde estará el arca, coronada por unas esculturas de dos querubines, sólo será accesible al sumo sacerdote, que llegará hasta allí una sola vez al año. Este lugar era el Santo de los Santos.

Sobre esta tienda es la que, según el versículo citado, Dios ha mandado a Moisés que sitúe una cubierta. De esta cubierta, se puede leer lo siguiente, en Éxodo 36:19, “Hizo también para la tienda una cubierta de pieles de carnero teñidas de rojo, y otra cubierta de pieles de marsopa por encima”.

El que esto escribe, a pesar de haber habitado una tienda de campaña militar durante seis meses, no tiene ni idea de la significación de esta cubierta tan singular. Puede obedecer a razones de limpieza, de comodidad, de dignidad, de seguridad, etcétera. Trato de conseguir algo escrito por los judíos sobre este asunto, si es que existe y está en un idioma en que pueda yo leerlo.

Pienso en las razones que, todavía hoy, llevan a cubrir con una palia el cáliz, en la celebración de todas y cada una de las misas.

Luego, pienso en un arquitecto en la Asturias del siglo IX que, una vez recibido el encargo real de construir una iglesia, visita a un amigo abad de un monasterio. En la conversación sobre las características del edificio para que se adapte a las necesidades del culto, el buen abad le dice: “Pues hoy, casualmente, he leído y meditado lo que dice el Éxodo en 40:19. Parece que sobre el Santo de los Santos, Yahvé había exigido la instalación de una cierta cubierta...”

También pienso en lo mucho que he omitido de esta historia tan sorprendente. El paso del mar Rojo, las Tablas de la Ley, el Becerro de Oro, etcétera ¡Pero es lo que hay! ¡Qué se le va a hacer!

¡Mira que si lo que hay bajo cubierta fuera el mi “epiagios”!

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