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De Teo a don Alfredo, o viceversa

19 de Julio del 2014 - Félix Martín Martínez (Oviedo)

Aquella mañana dominguera en la catedral de Oviedo, mitad de la década de 1950, mi madre observó la presencia de un joven apuesto vestido con una prenda hasta entonces desconocida para ella, era un anorak. Quien la lucía era Alfredo Di Stéfano, que esa misma tarde se enfrentaba al Real Oviedo en el viejo Tartiere. La historia le convirtió, estamos seguros que, por méritos propios, en una de las mayores figuras del fútbol mundial, pero también en una estrella mediática y social. Tanto es así que pasaría a los anales del deporte como don Alfredo. No conocemos un caso semejante.

Teodoro López Cuesta, sin embargo, tan humilde él, y tan de casa, llegó a ser uno de los rectores más queridos de nuestra Universidad. De sus años de rectorado, difíciles, por coincidir con la efervescencia universitaria y social de la Transición Democrática Española, damos fe con detalle por haberlos vivido con intensidad. Todo era posible si, previamente, se iba a ver a Teo. Sí, porque nuestro Rector Magnífico, mucho antes que ostentar esta alta e ilustrísima condición, era el profesor al que todos preferíamos como colaborador o mediador de conflictos y problemas.

Desde nuestra doble condición de corista y tunante, recordamos cómo era Teo quien daba curso a todas cuantas necesidades se presentaban. Si del Coro Universitario se trataba, allí estaba Lisardo Lombardía para mediar con Teo; si de la Tuna Universitaria en procura de un nuevo vestuario, o no digamos de la subvención para asistir a cualquier justa tunantesca o viaje transatlántico, Teo era la solución. Pero si además Oviedo era el destino inesperado de alguna tuna mexicana, Teo colaboraba (en ocasiones con su propia pecunia), para que la tunantería americana tuviese feliz aposento en Vetusta. Pues nada que, ni con tanta bonhomía Teo fue más que Teo. ¡Dios!

Pero es que, para más inri, nunca mejor dicho, en la hora de su despedida en la iglesia de los Carmelitas, nos dimos cita no más de centenar y medio de personas (una veintena de las cuales éramos coristas). Ni una esquela oficial de la Universidad de Oviedo, ni cosa parecida. Los profesores universitarios asistentes (de los más de mil quinientos que sientan plaza en nuestra “alma máter”), se contaban con los dedos de una mano. Suponemos que el resto, claro, estaría en pleno ejercicio docente e investigador, en aras de que la Universidad ovetense escale puestos en el ranking mundial, y en el que, lástima, progresa poco adecuadamente.

Volviendo a Alfredo Di Stéfano, perdón, don Alfredo, reseñamos cómo, al día siguiente de su fallecimiento, este mismo diario le dedicó ocho páginas completas, ¡ocho! Qué mala suerte tuvo Teo que, siendo magnífico en todos los órdenes, no solamente en el ámbito universitario, en su juventud fue simplemente jugador de tenis de mesa y ajedrecista. Se le olvidó jugar al futbol para llegar a ser don Teodoro. Imperdonable, Teo.

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