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A pesar de los recortes y copagos en la Seguridad Social

21 de Julio del 2014 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Puede decirse que soy un reciente éxito médico, uno más de los que con frecuencia se producen en los quirófanos de la sanidad pública. Una revisión y puesta a punto de mi próstata obstructiva, dieron con mis huesos en una mesa de operaciones. La preparación de todo el proceso que ello conlleva me ha tenido casi dos meses en dique seco y ha venido a confirmar, plásticamente, lo que me trasladaba un buen amigo: "a cierta edad --decía--, la vida es una sucesión casi ininterrumpida de golpes bajos". Y menos mal que el servicio público de salud y varios de sus médicos ---gracias doctor J.Casares, del ambulatorio de Piedras Blancas, de quien partió la feliz iniciativa de mi ingreso en el hospital; gracias a los doctores Marta Méndez y Glez. Tuero, primeros espadas en las revisiones iniciales en el San Agustín, y, como final de fiesta (si es que ha terminado), gracias al cirujano doctor Frank---, lograron rescatarme y aplazar el golpe definitivo.

Por simple coincidencia estoy leyendo unos episodios sobre la vida de la familia del famoso banquero Rothschild y descubro que el tercero de sus cinco hijos, Hathan, joven de 59 años, lo mató un forúnculo que, pese a los esfuerzos de los mejores cirujanos de la época, derivó en septicemia. La penicilina aun tardaría casi un siglo en ser descubierta. Fue víctima del déficit de conocimiento. A los coetáneos del hijo del poderoso magnate, por4 el contrario, los mataba la miseria: la carencia de higiene, las hambrunas y la falta de asistencia. Morían como chinches porque no tenían donde caerse muertos. Y allí paz y después gloria.

Actualmente, como señalan las estadísticas de esperanza de vida, probablemente uno y otros hubieran prolongado su existencia. Por su parte, el banquero, tarjeta de crédito en mano, se aprovecharía de los avances de la medicina., Los más humildes, tarjeta sanitaria en el bolsillo, de la red asistencial que hemos tejido y financiamos entre todos. Beneficiarios de un sistema de salud, universal y público que, a la par que excelente vivero de investigación y conocimiento, constituye un continuo generador de solidaridad y buen hacer.

Además, como manifestaba con convicción mi vecino de cama hospitalaria, Juan José Baños, avilesino de pro, con quien he llegado a hacer buenas migas: "éste es el único sitio donde no hay distinción de clases".

Pero quiero ir más allá. Sigo sosteniendo que la bandera de un país, sin semejanza con los colores de sus blasones o los fusiles que definen fronteras, hoy, ampliamente la retrata su organización nacional de salud. El socorro mutuo en la adversidad indica el grado de consistencia en la estructura que une a una comunidad y mide la fortaleza o debilidad de sus nudos sociales. Y esos nudos se aflojan cuando, con el pretexto de garantizar la sostenibilidad del sistema, se cuestionan sus cimientos. Como ocurre cada vez que se le regatea la tarjeta sanitaria a un desempleado o se le niega a un inmigrante, porque eso supone fragmentar el principio de universalidad de la institución. O cada vez que se aprueba una imposición de copago, porque ello significa privatizar a trozo el sistema. O, incluso, cada vez con mayor o menor descaro, se despieza la res pública para alimentar beneficiosos e insaciables negocios privados.

En definitiva, puede que la sanidad pública esté en peligro. Perforada no por fallidas operaciones de próstata o errores puntuales, sino con premeditación y alevosía; agujereada con el argumento de que así, recorte a recorte y bisturí en mano, sutilmente, se dice estar velando por la salud del sistema.

No obstante ello, esperemos no llegar a vernos en ninguna situación comprometida al respecto. Sería calamitoso para muchos millones de ciudadanos españoles.

Gracias de nuevo profesionales sanitarios, todos, del hospital San Agustín de Avilés. Ha sido para mí una inolvidable experiencia.

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