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Concertinas, vallas y mallas antitrepa

23 de Julio del 2014 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Hay cosas que un pueblo de emigrantes no puede hacer sin humillarse.

Desmesurado error ha sido atribuir a las concertinas y las vallas el poder de disuadir a los desesperados cuya salvación está al otro lado. La disculpa de que darles de comer es asunto exclusivo de sus países de origen revela que los que aplauden la globalización económica no hacen lo mismo con la solidaridad. Lo ha denunciado recientemente, con palabra justa, el arzobispo de Tánger.

Las dos ciudades españolas en Marruecos puede decirse que son los primeros peldaños de una empinada y torcida escalera; es decir, el kilómetro cero de hacia el paraíso que buscan miles de sufridos africanos que han dejado sus países porqwue prefieren jugarse la vida --incluso perderla, en ocasiones--, en el intento de cruzar a las dos precitadas ciudades. Todos ellos forman nutridos grupos que no disponen de dinero suficiente para cambiar por el camino del mar, que a su vez también es altamente arriesgado.

Según algunas ONG, normalmente, hay unos 10 mil subsaharianos en Marruecos esperando pasar a España. Nos obstante, nuestros servicios de inteligencia multiplican la cifra y dicen que pueden ser entre 30.000 y 40.000 los que están a la espera de su momento. Todos huyen del hambre.

El deterioro de las condiciones económicas y sociopolíticas de muchos de los países africanos espolean la salida desesperada de un inmenso número de sus ciudadanos que, al final, acaban siendo víctimas de las mafias. Su tránsito por el continente y la espera a pocos kilómetros de Ceuta o de Melilla tienen lugar en unas condiciones de verdadera indigencia, que es denunciada por oenegés y por los medios de comunicación. Por ello, nadie puede llamarse a engaño tras ver en zonas desérticas restos y despojos de muchos africanos que no pudieron alcanzar El Dorado europeo.

Este año 2014 pues va camino de convertirse en un año récord, donde el número de inmigrantes que han saltado la valla de Melilla pasa ya de los 3.000, todo ello sin contar los centenares de sirios que también han cruzado por los pasos fronterizos de manera irregular, eso sí, de una forma menos llamativa pero utilizando documentación falsa.

Medio desnudos, desnutridos, algunos enfermos y todos ellos agotados. Después de una larguísima caminata por los desiertos africanos, así llegan cientos de jóvenes subsaharianos a Ceuta y Melilla, frontera sur de Europa.

Mas lo que está ocurriendo en Ceuta y Melilla no es distinto de lo que suce en Grecia o Lampedusa, y los políticos saben que la solución al problema trasciende a España y a cada uno de los Estados receptores de inmigrantes. Las duras medidas de control den las fronteras para salvaguardar el orden establecido ni acabarán con las mafias en los países africanos ni frenarán el drama de la inmigración irregular.

Todos nos escandalizamos ante la violación de los derechos humanos en Siria o en Ucrania, pongo por caso, mientras somos profundamente insolidarios con los inmigrantes subsaharianos a los que demonizamos como si fueran los culpables de todos los males de "nuestra crisis", esta crisis que hemos creado nosotros mismos. En materia de inmigración ilegal dijo que no hay inocentes, todos somos culpables.

España, y con gran responsabilidad la UE, deberían buscar otras formas de gestionar la inmigración irregular, estos movimientos anárquicos y clandestinos, aunque solo fuera por propio interés. Porque, desengañémonos, nunca se podrá poner puerta al hambre y al éxodo de los que huyen de la miseria en busca de un futuro algo más prometedor.

Últimamente estamos viviendo acontecimientos dramáticos en el sur de nuestro país, desde donde centenares de inmigrantes se juegan la vida por entrar en la Unión Europa. La muerte de gente que expone su vida buscando un futuro mejor para ellos y sus familias no puede dejar indiferente a nadie y mucho menos en una tierra como la nuestra, Asturias, que ha visto partir cientos de trenes con hijos de la región.

Los inmigrantes ilegales están al margen de la ley porque no les queda otro remedio. Por eso, maltratarlos violando lo que exige una civilizada vigilancia fronteriza es una vergüenza que ninguna sociedad con autoestima y pundonor debiera tolerar a su Gobierno.

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