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La continuidad y el cambio de Juan Carlos I a Felipe VI

29 de Julio del 2014 - Benigno Martínez-Fuego (Siero)

Hemos vivido unos días marcados por el anuncio de la abdicación de don Juan Carlos I, y es natural que en estos momentos de relevo la nación esté expectante. Se ha hablado y escrito mucho sobre este asunto, y mucho más que se hablará y escribirá sobre este hecho histórico, algo que se venía viendo venir, pero que ha traído sorpresa, ya que el personaje esencial, el que hizo posible junto con el pueblo español la transición de la dictadura a la monarquía parlamentaria, el que mejor representó los valores encuadrados en el nuevo sistema, el que nos colocó en el epílogo del siglo XX sin apenas haber transitado por él, pase voluntariamente a un segundo plano, al tiempo que pone en marcha la sucesión de la corona prevista en la Constitución que nos dimos los españoles en 1978.

En estos días hemos revisado y examinado con profundidad los casi treinta y nueve años de su época como jefe de Estado, en el que su reinado, quizás con algunos errores, resultó clave para varias generaciones en un período en el que ha tenido que hacer frente a un reto político importante: la función de acercamiento en un ambiente de tolerancia y concordia entre posiciones dispares. Éste fue uno de los principales retos que tuvo y supo afrontar. La herencia que don Juan Carlos I transmite a su sucesor es el mayor período de libertad y progreso de toda la historia de España. A don Felipe VI le corresponde gestionar e impulsar, en un momento y un país en el que todo lo vemos bastante oscuro; pero se confía en el nuevo monarca. Un humilde y leal servidor que lleva toda su vida preparándose para este momento, ha completado con nota su formación y llega con fines y deseos de hacerlo bien, de seguir el camino paterno puede prestar grandes servicios al país y ser otro gran rey para la Historia. El cambio que representa la continuidad resuelta de continuo en la jefatura del Estado, cuando la ostenta alguien que no pertenece a ningún partido, provoca una reacción de ilusiones y una inyección de optimismo al país, pero no contenta a todos. No hace falta más que abdique el rey para que los no monárquicos se lancen en plancha exigiendo cambio, cuando la Monarquía es lo único que todos los españoles tenemos en común y ninguna institución política es respaldada por la sociedad española de forma más masiva. En estos días hemos escuchado comentarios de todo tipo, en el mapa político: al profesor de Universidad Pablo Iglesias, dirigente de Podemos, llamar “casta” a los que han conseguido en estos treinta años que España tuviera el mayor Estado de bienestar de toda su historia. Yo no sé qué méritos tiene el dirigente de Podemos para actuar de esta manera; le pediría al señor Iglesias, por favor, seamos serios, no se puede andar por la vida despreciando e insultando, estamos ante unos valores comunes que requieren una defensa conjunta de todos los políticos e instituciones, y lo que no podemos es permitirnos ningún embaucador, ni siquiera a esos profesionales del malestar que en vez de resolver problemas nos están creando otros nuevos. La proclamación de don Felipe VI debe ser fuente de esperanza para el futuro del país. A su lado tendrá a doña Letizia, en la despedida como rey, la citó don Juan Carlos por su nombre como acompañante de don Felipe VI, pareja a la que le toca representar la nación más antigua del mundo, todo un reto. De la estatura moral y profesional de don Felipe VI, no cabe duda alguna, de doña Letizia, la imagen de doña Sofía deja el listón muy alto; pero doña Letizia ha demostrado que es una mujer inteligente, sabe que no es tarea fácil, será muy respetuosa con su trabajo y pondrá todo su empeño en la nueva época de las nuevas generaciones. Como sabe también que tendrá debates de patio de vecinos con especulaciones envenenadas.

Me parece prudente la sobriedad, ni un gesto extra de los impuestos, se abre una etapa en la que se desprende de todo esplendor y grandeza este tipo de ceremonias que forma parte de la monarquía que se basa en la tradición, costumbre de celebración religiosa. Prescindir de ella para evitar críticas, no contentarse a los que quisieran que la entronización sea sin trono, la coronación sin corona y la proclamación sin rey, me parece un desatino total.

Te hiere el alma, no puedo entender la proclamación de don Felipe VI y su esposa la reina Letizia, sin misa ni siquiera un tedéum. Rezar no es malo para nada, los primeros cristianos rezaban ya por sus gobernantes, San Pablo le recordaba a su discípulo Timote hacer súplicas, oraciones, peticiones por los reyes y constituidos en autoridad. Sanz Montes, arzobispo de Oviedo, nos invitó a hacerlo a todos los que conformamos la archidiócesis. La corona lo necesita, y España también.

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