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Una historia de cormoranes

6 de Agosto del 2009 - Eduardo Figaredo Casielles (Pola de Siero)

Hace unas semanas se publicó un artículo en las páginas del suplemento «Siglo XXI», de LA NUEVA ESPAÑA, en el que el señor Arce nos explicaba las bondades del cormorán y la solución a todos los problemas de la pesca deportiva, incluida la mejora del retorno de salmones a nuestros ríos.

No sé a qué se dedica este señor, ni de qué vive. Obviamente pescador no es, ya que ni siquiera conoce la normativa de pesca.

En su olla cocina todo al mismo tiempo, pero, sobre todo, aporta datos sobre las «encuestas realizadas a los pájaros» sobre su alimentación.

Y sobre las encuestas ya se sabe, sólo me creeré aquellas cuyos datos hayan sido manipulados previamente por mí.

Yo, que no soy experto en nada pero tengo ojos, le voy a contar al señor Arce una pequeña historia que tiene su marco en el río Nora a su paso por mi pueblo.

La «presa del Molín» es una pequeña presa de unos 600 metros de largo por unos 5 de ancho en donde todos los pescadores de la Pola nos hemos iniciado en la pesca deportiva.

Lugar de acceso fácil y cómodo, tanto para los niños como para las personas mayores, también es utilizada para entrenarse por los piragüistas del club local. Pues bien, hace un par de años se echaron en la presa «dos calderaos» de truchas de las que Las Mestas nos habían traído.

Al poco tiempo ya daba gusto ver a las pequeñas truchas cebarse como locas porque, por algún motivo especial, en la presa se habían aclimatado estupendamente.

Mi cuñado, que es pescador y piragüista, me decía: «saltan a la bañera de la piragua». Daba gusto verlas.

Llegado el invierno, siete de los enlutados amigos del señor Arce vinieron a instalarse en la presa. Según el especialista, comen piscardos.

Aquí apenas había, así que pronto se debieron acabar y no les quedó otra que comer truchas.

Tal fue así que en apenas un mes todas aquellas truchitas dejaron de existir y el atracón fue tal que seis de los siete fallecieron, creemos, de una «fartura». El séptimo, al verse solo, se marchó, aunque hay quien asegura que con «cagalera». Este pasado año se han echado más truchitas y como los cormoranes no han resucitado, ni ellos ni por supuesto su descendencia han vuelto por la presa del Molín.

Hoy mismo me he dado una vuelta por allí y está como siempre estuvo en mis cuarenta años de pescador, con gallinetas, con martines pescadores, con alguna que otra nutria y con truchas.

Aún son pequeñas pero los pescadores nos cuidaremos de que lleguen a grandes porque de ellas pescaremos mañana y de su descendencia pescarán nuestros hijos.

Los pescadores defendemos los peces y usted, que no sé lo que es, defiende sus cormoranes. Pero, no se olvide, cada «bicho» en su sitio. ¿Qué le parecería que el río se llenase de lucios, caimanes o pirañas (por decir algo)?

¿Usted estaría de acuerdo con ello? Pues eso, sus pájaros a su sitio.

No obstante, como medida preventiva y para no herir susceptibilidades, este invierno los pescadores hemos contratado los servicios de un jubilado que, «armado» con una pandereta, cantaba villancicos en las mañanas (las tardes se entrenan los piragüistas) para ahuyentar a los posibles nuevos visitantes alados.

Señor Arce, quizá se habrá reído usted leyendo el final de mi historia, pero le aseguro que mucho menos de lo que lo he hecho yo leyendo el artículo que ha colado usted un domingo en LA NUEVA ESPAÑA.

Como actor no tiene precio.

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