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No se puede ser neutral

1 de Septiembre del 2014 - Artemi Suárez Herrera (La Felguera)

La neutralidad en los conflictos armados es la postura inicial que toma la mayor parte de los países del mundo. Las dudas sobre las motivaciones y las finalidades que persiguen los bandos en conflicto son las que definen en buena parte la estrategia de mantenimiento de la neutralidad por parte de terceros países. Sin embargo, llega un momento en el que la neutralidad ya no es posible: ese momento en el que un acontecimiento obliga a las naciones a tomar partido.

En el caso de Ucrania el momento ha llegado y no puede ser minusvalorado: el derribo de una aeronave civil por parte de las fuerzas prorrusas de la autoproclamada República Popular de Donetsk al confundirla con una aeronave de suministros militares es la gota que colma el vaso de la opinión pública mundial. El Boeing 777 de Malaysian Airlines derribado transportaba a 298 civiles con destino a Kuala Lumpur. Esta agresión no puede quedarse sin respuesta.

En 1917, el hundimiento del transatlántico “Lusitania” por parte de un submarino alemán empujó a los Estados Unidos a abandonar su neutralidad y entrar en la I Guerra Mundial. En 1939, la invasión de Polonia por parte de Hitler llevó al mundo a la II Guerra Mundial. En 1989, el régimen iraquí de Saddam Hussein invadió el Estado de Kuwait e inició la I Guerra del golfo Pérsico. Son numerosos los precedentes existentes en los que una agresión unilateral por parte de una nación, un grupo de rebeldes, o un acto terrorista indiscriminado han obligado al mundo a reconocer el fracaso de la diplomacia, el fracaso de la neutralidad y a tomar partido por uno de los dos bandos en conflicto.

En el caso de Ucrania, la diplomacia ha fracasado: la Unión Soviética (perdón, la Rusia de Putin, a veces cuesta diferenciarlas) se ha burlado y se sigue burlando del mundo apoyando revueltas que lo único que persiguen es anexionar territorios de otros países a su Federación. La OTAN ha intensificado su presencia en la zona a petición de los países del entorno que ven con inquietante preocupación la política expansionista de la Unión Soviética (nuevamente perdón, no puedo olvidar el pasado de Putin en la KGB). ¿Y qué hay de la Unión Europea? Pues ni está ni se la espera. Centrada en el reparto de poder tras las elecciones europeas, es incapaz de dar una repuesta contundente a una autoproclamada nación agresora como la República Popular de Donetsk.

El mundo cambió en 1945. Los países de la Tierra apostaron por la ONU como garante de la diplomacia mundial, con el fin de evitar que se repitiera un conflicto como el que sacudió el el planeta en la década de los años cuarenta. Pero la diplomacia tiene límites y cuando se constata el fracaso de la misma, la solución a los conflictos requiere tomar partido por un bando y redefinir el balance de fuerzas, obligando al otro bando a renunciar a sus objetivos y a negociar un acuerdo de paz. Así ha ocurrido siempre: en 1917, la entrada de EE UU en la I Guerra Mundial desequilibró la balanza a favor de los aliados. En 1944, una vez controlado el escenario del Pacífico, Estados Unidos se involucró en el escenario europeo y propició el Desembarco de Normandía que marcó el inicio del fin de la II Guerra Mundial.

En definitiva, es la hora de tomar partido. La Unión Europea debe dejar de mirarse el ombligo y actuar para garantizar el mantenimiento de la paz en el este de Europa y frenar las ansias expansionistas del camarada Vladimir, que creo que se ha ganado sin género de duda el título de “Generalnyj Sekretar” que recibieron anteriormente personajes como Stalin, Jrushchov y Breznev, entre otros. Putin, en su afán de recuperar territorio, ya se ha anexionado la península de Crimea sin recibir un severo correctivo por parte de las naciones democráticas (y sí, señores, dudo yo que Rusia pueda calificarse de nación democrática cuando está más que demostrada su falta de respeto continuada a los derechos humanos de las minorías). El Gobierno del Kremlin empuja al mundo sin ninguna vergüenza hacia el abismo de la guerra y, mientras, el mundo se sienta a recibir los golpes y encima le da las gracias.

Por eso yo pido al Gobierno español, a mi Gobierno, que rompa inmediatamente todas las relaciones diplomáticas con la Federación Rusa y muestre su apoyo incondicional al legítimo Gobierno democrático de Ucrania encabezado por Petro Poroshenko. El Kremlin ya nos ha tomado bastante por idiotas, ¿no creen?

Artemi Suárez Herrera,

La Felguera

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