El trabajo

28 de Agosto del 2014 - Carlos Muñiz Cueto (Gijón)

Los que no hacen caso de los avisos, ¿qué son? Desde el final de la Segunda Guerra Mundial tenemos dos problemas latentes: el desarrollo tecnológico y el islamismo fanático. La "guerra fría" era patente y terminó. El islamismo se gestó como reacción al sionismo, sin aceptar los árabes la resolución de la ONU 181, de 29 de noviembre de 1947. Desde entonces, siempre es lo mismo: "Al día siguiente de la resolución 181 de la ONU, siete judíos fueron asesinados por árabes...". Entonces estalla la guerra e Israel arrasa. Si pensamos en el califato de Córdoba o en la ciudad de Toledo, es todo un anacronismo. Tras la guerra, únicamente fue posible la paz con Jordania (sabio y prudente país, con su rey, que luego hubo de expulsar violentamente a los refugiados palestinos para imponer su paz. Líbano no tuvo tanta suerte), luego vinieron otras. El odio crece y el islamismo, también. Se odia al Occidente cristiano, o al laico y feminista, y llega a su punto de inflexión con los atentados a las "Torres Gemelas". Otros hay solidarios, que también odian la cultura occidental desde dentro de ella. El problema, lejos de estar resuelto, se convierte en un sarpullido: Níger, Siria, Irak, Sudán, Chechenia, Kirguizia, Tian Shan... Todo va estallando de forma metódica contra Occidente y su modernidad.

El otro problema, el desarrollo tecnológico, también es de modernidad. De él nos avisó el propio padre de la cibernética Norbert Wiener: "Desde ahora los ingenieros deben estudiar sociología". Luego, un sociólogo, Alfred Weber, también nos avisó, en la década de los cincuenta del sigo pasado, de que si bien el trabajo alienante nos transforma en extraños y aleja nuestra dignidad, existe también la "dominación del tiempo libre": ese "atiborramiento de sensaciones" que se nos vende para llenar nuestro tiempo libre en una sociedad "sensacionalista". Esto nos hace pendular del trabajo al consumo de sensaciones en nuestras ciudades, siendo este consumo base importante de nuestra economía. Para ello, pendulamos con nuestro automóvil del trabajo a casa y de casa al trabajo; un automóvil que nos masacra y que es (o era) el componente productivo más importante de nuestra economía, sin que apenas genere empleos de los de antes (decadencia de Detroit). A este sensacionalismo contribuyen los medios de comunicación: televisión, radio, prensa y las TIC con sus redes sociales y digitales, para aumentar la audiencia: nosotros, ávidos de sensacionalismo: tertulianos, películas plagadas de efectos especiales para su acción. Weber nos avisaba de esto y de que, con la automatización de los procesos y la aparición del ingeniero-trabajador, desaparecería el obrero de la cadena de montaje y aumentaría el tiempo libre y, con él, la "ebriedad de la civilización". Más grave fue obviar el aviso de Adam Schaff treinta años después: "El obrero ha muerto, llega el desempleo tecnológico". Los socialistas lo desoyeron en la década de los ochenta y desde entonces el desempleo es inconmensurable y la economía se desangra. Ahora, Carlos Slim nos propone trabajar tres días a la semana, algo que exigiría otro turno más (aumentando el empleo) y más horas de trabajo al día (rentabilizando instalaciones). Como lo lógico sería rotar el turno, la cosa se convierte en seis días laborables y un domingo en medio para descanso; luego, la siguiente semana, libre. Esto permitiría otro tipo de sistema pendular benéfico y digno: una semana trabajando en la ciudad alquilando nuestro tiempo; otra, liberados de tiempo en la aldea, realizando nuestra propia productividad precapitalista de artesano o labriego, o trabajando online, creando y mejorando la innovación, o formándonos permanentemente para ir mejorando nuestra empleabilidad y percepción, siempre dando paso al "personalismo y al diálogo" como postulaba Martin Buber. Pues como dijo Goethe: "La más elevada meta de los hijos de la tierra es la personalidad".

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