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Strauss y la filosofía política

22 de Agosto del 2014 - José Manuel López García (Gijón)

Leo Strauss es un filósofo que murió en 1973 y que ha dejado profunda huella en la filosofía política contemporánea. Aunque se le considera un pensador político de tendencia liberal y conservadora de su ingente producción escrita, y de su tarea docente en universidades norteamericanas se extraen ideas políticas inequívocamente realistas. Una de las cuestiones que fue objeto constante de sus reflexiones y argumentaciones fue la delimitación teórica de la filosofía política. Establece, acertadamente, una alternativa que fija, de modo general, la orientación esencial de la actividad política. Porque escribe: «Toda acción política tiene como fin la conservación o el cambio». Se puede interpretar que el buen juicio de los gobernantes se pone a prueba tomando las decisiones más apropiadas en cada momento en función del interés general, y de las circunstancias concretas. La clave es no confundir lo peor con lo mejor, ya que si esto sucede el resultado de la acción política es perjudicial en vez de beneficiosa. De esto se deriva, en mi opinión, la relevancia de unos buenos asesores que tienen que ser los imprescindibles, y no un número desproporcionado y excesivo. Naturalmente, Strauss considera que lo mejor y lo peor presupone una idea del bien. Los aspectos centrales de la praxis política deben estar dirigidos por el conocimiento de la vida buena y la buena sociedad. Una coherente filosofía política se expresa en un buen orden social que propicia el bienestar individual. De todos modos, el mismo Strauss es plenamente consciente de la dificultad de lograr una justicia social general, y unas condiciones de vida dignas para todos los ciudadanos de los estados. Algo en lo que incide al decir que: «La filosofía política no enseña cuán extraordinariamente difícil es asegurar esos mínimos de decencia, de humanidad y de justicia que han sido dados por sentado, en algunos países libres».

Evidentemente, la filosofía es una actividad inacabable de búsqueda de la verdad y del conocimiento, y esto se aplica también a la teoría política. La admiración de Strauss por el legado de la filosofía política de Hobbes, y su elevada valoración del pensamiento político platónico y aristotélico es contextualizada de una forma muy detallada y precisa en sus obras. Afirma que: «Sócrates prefirió sacrificar su vida para salvar la filosofía en Atenas antes que salvar su vida para introducir la filosofía en Creta». Realmente, el conocimiento político es diferenciable de las opiniones políticas, aunque en la práctica política habitual actualmente parece que no se distinguen suficientemente. Porque los errores, prejuicios, medias verdades, falsedades, etc., están, desafortunadamente, a la orden del día o son frecuentes en la realidad política. Leo Strauss está convencido de la necesidad de estudiar lo más profundamente posible los fenómenos sociales.Y para esta labor descriptiva, explicativa y analítica es preciso tener en cuenta que el investigador aplica determinados juicios de valor implícitos o explícitos. A diferencia de Max Weber no considera que los conflictos de valores sean insolubles. Existen posibles soluciones, porque se parte de una racionalidad valorativa precisada coherentemente. Indudablemente, la racionalidad valorativa puede entenderse de numerosas formas, aunque Strauss propone una crítica de la razón valorativa que siga la línea marcada por Kant en la Crítica de la razón pura. En cualquier caso, el rigor y la coherencia de los juicios valorativos en relación con los fenómenos sociales y con las decisiones políticas es algo lograble, desde una filosofía política razonada que busque la igualdad y la justicia. Strauss reitera la necesidad de una política razonable en interés de todos los ciudadanos. La tolerancia es otra de las consecuencias de la aplicación del buen juicio a la toma de decisiones en el ámbito político. Pueden existir muchas filosofías políticas erróneas, y lo fundamental es elaborar las correctas y adecuadas para la totalidad de la sociedad.

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