Populismo

28 de Agosto del 2014 - José Manuel López García (Gijón)

En estos últimos meses este término ha sido objeto de numerosos comentarios por parte de periodistas y políticos. También la ciudadanía ha participado en este debate, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, sobre las consecuencias de una política populista y sus posibles resultados. Pero, a mi juicio, lo más decisivo es saber que existen muchas formas de entender el populismo. Surgió en la antigua Roma, y reivindica el papel del Estado, que debe ser el defensor de los intereses de la población. Ya que el populismo de la última República romana propició las asambleas populares e impulsó una mayor participación democrática con los Gracos, Cayo Mario, etcétera.

Un populismo positivo es el que supedita la actividad del mundo empresarial a los intereses colectivos de la sociedad. Ya que la misma actividad laboral no se ejecuta en abstracto, sino que precisa de los ciudadanos trabajadores, que no se deben subordinar a condiciones laborales y retributivas injustas. Porque la creación de riqueza depende de todos y no, exclusivamente, de una minoría.

La palabra populismo es polisémica, y esto ha producido interpretaciones políticas muy diversas. Si bien, desde mi planteamiento, la actitud populista en política afirma los derechos individuales y garantiza los derechos sociales buscando estrategias de distribución económica que preserven, al menos, unas condiciones de vida suficientes para todos los ciudadanos. Ésta es la premisa irrenunciable para cualquier clase de populismo. En relación con esto escriben Frei y Rovira Kaltwasser lo siguiente: "Y aquellos que han afirmado que la problemática populista reside en el corazón de la democracia han intentado ubicar el populismo en la tensión que se produce entre un modelo de democracia liberal y un modelo de democracia radical (Arditi 2005)". En efecto, se puede discutir y debatir acerca de qué es la democracia de modo inacabable, porque es un tema abierto a numerosos matices interpretativos acerca de las mejores normas democráticas. Desde luego, las actitudes totalitarias no son admisibles, porque eliminan la libertad de todos. Y los planteamientos políticos elitistas tampoco, ya que aumentan o mantienen la desigualdad y la injusticia. Por tanto, no me parece razonable demonizar o divinizar el populismo. Existe un significado de populismo que representa la diferencia entre el orden social deseado e ideal y la situación social real presente, llena de contrasentidos e irracionalidades.

La sociedad es cambiante, y esta situación dinámica requiere nuevas modulaciones en las políticas ciudadanas mayoritarias. El populismo es la expresión de la puesta en cuestión del orden político en busca del bienestar de toda la ciudadanía de un Estado. Lo que supone un cambio de las normas, con el fin de superar las incoherencias del orden político y social. El sistema político debe poseer un cierto grado de flexibilidad cuando las circunstancias lo exigen. Porque la pasividad no es buena política de Estado y no beneficia a los ciudadanos. Por ejemplo, me parece absolutamente justo e imprescindible pagar una prestación a los desempleados mientras lo estén, sin límite temporal. Frente a los intentos de negar la justificación ética de un populismo que promueve e impulsa una justicia real y un bienestar económico para todos los ciudadanos, un teórico político argentino, Ernesto Laclau, recientemente fallecido, dice: "Mostrar que el populismo no tiene ninguna unidad referencial porque no está atribuido a un fenómeno delimitable, sino a una lógica social cuyos efectos atraviesan una variedad de fenómenos. El populismo es, simplemente, un modo de construir la política". Efectivamente, son pensables nuevos modos de hacer política para el pueblo. Considero que el número de posibles populismos es ilimitado. Los poderes más determinantes para un cambio político auténticamente democrático son el ejecutivo y el legislativo. El poder judicial es también esencial, pero depende del ordenamiento legal vigente. Y las leyes, a mi juicio, son en muchos casos perfeccionables y mejorables, si existe voluntad política de que los derechos individuales no sigan siendo algo puramente abstracto.

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