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La agonía del Cantábrico

4 de Septiembre del 2014 - J. J. J. Suárez González (GIJON)

Cosas terribles ocurren por culpa de la estupidez humana. Cuando escribo estas líneas inundan los periódicos noticias que nos hablan de en qué se ha convertido Libia, lo mismo que ha sucedido también con Irak, y fotografías de los niños palestinos muertos por las bombas israelíes. Pero los mayores culpables de estos dramas no son los que los ejecutan, sino los pusilánimes, los ciudadanos que miran para otro lado y no hacen nada, mientras saben perfectamente lo que ocurre. Condeno a los gobiernos y a los poderes que auspician el caos y los crímenes que les benefician, pero condeno aun más a los tibios y a los hipócritas que se lavan las manos y luego se escandalizan. Siempre recuerdo las lágrimas de cocodrilo de la población alemana obligada a visitar los campos nazis del Holocausto, como si no supieran lo que ocurría allí. Yo me niego a ser uno de esos pusilánimes, también en el tema que trata este escrito.

Los asturianos amamos con legítimo orgullo nuestra tierra y nuestra historia. Tenemos una patria hermosa como pocas, donde valles lujuriosamente verdes y bosques caducifolios (pese al azote del eucalipto) son flanqueados por altas montañas al Sur y por el mar Cantábrico al Norte, que nos salpica con la belleza de sus estampas, en los pedreros, en las playas y en los acantilados donde rompe. Desde hace miles de años hemos estado amenazados, pero nuestros ancestros cabalgaron sobre asturcones contra las legiones romanas, arrojaron piedras sobre los invasores árabes, derrotaron varias veces a los sanguinarios vikingos y rebanaron el pescuezo a los franceses que pretendieron acabar con nuestra independencia. Aunque no siempre hemos salido victoriosos, siempre hemos luchado. Nuestra maravillosa tierra todavía es un oasis de vida en medio de la destrucción a la que el hombre ha sometido al medio natural en Europa Occidental. Muy pocas regiones pueden presumir todavía de tener caballos del Terciario, osos, lobos, nutrias, urogallos, etcétera, muchos animales que, como diría Félix Rodríguez de la Fuente, son los prisioneros de los últimos bosques silvestres que sobreviven. Pero el mar Cantábrico, que baña nuestra costa, es tan nuestro como la tierra donde vivimos y lo amamos con la misma intensidad. Debemos ser hoy plenamente conscientes, como lo fuimos en el pasado en otros avatares, de que nuestro "Paraíso natural", nuestra tierra y nuestro mar, no sobrevivirán sin nuestra lucha y que su ocaso es también el nuestro.

Los primeros pobladores de Asturias, hace más de 10.000 años, se asentaron en la costa o cerca de ella, aquellos humanos todavía no habían descubierto la agricultura y la ganadería, eran cazadores y recolectores. En cuevas como la de Tito Bustillo vemos cómo los venados y los bisontes (éstos últimos afortunadamente reintroducidos) formaban parte de su dieta habitual. Pero la recolección era también muy importante para la supervivencia y no sólo incluía frutas y semillas, especialmente castañas, también mariscos. En excavaciones realizadas en varias zonas de Asturias, como en el Cabo de Torres, por ejemplo, se observa que lapas, mejillones, etcétera, formaban parte de la dieta habitual de nuestros antepasados. En aquel mar Cantábrico, todavía virgen, donde había bancos de bocarte, sardina, xarda enormes, donde los bonitos llegaban a alimentarse hasta la misma costa, donde los calamares gigantes cazaban en la noche, donde cachalotes y ballenas eran comunes, también pescaban los primeros asturianos, como atestiguan los restos de xargos y otros peces encontrados.

En los últimos 50 años el Cantábrico ha sufrido, como otros mares en el mundo, la contaminación y la sobrepesca (exponencialmente aumentada por los barcos de arrastre), hasta el punto de que especies tradicionales, como el besugo, el pancho, la faneca, etcétera, estén prácticamente extinguidas. Incluso la sardina, que era abundantísima, ha empezado a escasear de forma dramática. Mientras, se autorizan cupos brutales y se permite el arranque de algas, que es donde muchas especies desovan y se refugian de los depredadores.

La desaparición de las laminarias, como otros fenómenos a los que estamos asistiendo, seguramente tiene alguna relación con el cambio climático, también provocado por la actividad humana, pero yo estoy convencido de que es la contaminación directa de las aguas por vertidos industriales y del sistema de alcantarillado, la sobreexplotación pesquera y el arranque de algas lo que más incidencia está teniendo en el desastre.

¿Lo permitiremos cruzados de brazos?

J. J. J. Suárez González

GIJON

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