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In memoriam. Don Manuel Suárez García, el sacerdote amigo de todos

29 de Diciembre del 2008 - Agustín HEVIA BALLINA

Se ha muerto don Manuel, el amigo de todos, el sacerdote que, día tras día, vino recorriendo los caminos de Fitoria, en su salutífero paseo, por la ladera del Naranco donde otrora se localizaba la antigua yuguería del cabildo de Oviedo, sobre la que pesaban cargas fundacionales, que gravaban con misas y sufragios a la corporación capitular ovetense. Se lo comenté un día: «Don Manuel, los vecinos de Fitoria van a considerarle como el visitador oficial del cabildo, ya que no pierde la oportunidad de echar una parrafada de charla con cuantos lo cruzan por la carretera. No eran pocos los que salían de sus casas, para encontrarse con el cura de la Catedral y charlar un rato.

Su paseo por Fitoria era tan regular y a la misma hora que los vecinos, al igual que lo que cuentan del filósofo don Manuel Kant, podían dejar de lado su reloj casero o personal, porque era la hora del paseo de don Manuel, y aquél se producía con tan exacta cronometría, que hacía superfluos los otros relojes. Era su paso como visitas de un amigo, de un confidente, de un cura que siempre traía, sin intentarlo, el mensaje de una palabra consoladora para el desahogo personal también de cuitas y sencilleces de comunicación. Con quienes les coincidiera su encuentro con las doce del mediodía rezaba el ángelus y esto día tras día mientras su salud no le impidió, ya jubilado, salir de casa, donde los años y los achaques lo tuvieron recluido, aunque su pensar lo mantenía con sus amigos de Fitoria, con su Catedral del alma, con todos los que lo conocieron y recibieron de él el consuelo de su palabra o de sus limosnas, que, sin que su mano derecha supiera lo que hacía la izquierda, daba copiosas a los pobres.

Lo viví tan cercano, porque así lo vivió mi madre, una de sus casi feligresas de consejo y de aliento, cuando ya empezó a deteriorarse su salud. Para ella, lo que representaba aquel encuentro de todos los días con don Manuel y la visita del otro don Manuel Fernández Rodríguez, cuando entraba a darle su bendición cada domingo, cuando decía la misa a las Carmelitas Descalzas, constituían un alivio confortador en los achaques que arrastró a lo largo de tres años y que su hijo cura no sabía consolar como ellos. Gracias, en nombre de ella, que tanto bien le hicieron, ambos don Manuel.

Con mi madre hablaba don Manuel, el de la Catedral, de mí cuando le dije a ella que me habían nombrado canónigo y él le explicaba mejor que yo aquella experiencia vivida por él durante tantos años al servicio de la catedral de Oviedo y mi madre disfrutaba oyéndolo hablar de algo que para él había sido la razón y la forma de ejercitar su servicio de sacerdote, sin nada para sí, sino todo para los demás. Hablaban del tiempo que hacía y si era bueno o malo para cada cosa que había que sembrar y de eso casi le daba lecciones mi madre, porque ello, el cultivar la tierra, había sido la razón de su vida, para criar a sus tres hijos. Hablaban de los pumares, de los otros frutales y de cuándo había que injertarlos, por ejemplo: por Candelera, cereza y pera o ¡por qué non creciste, ayiquín? Porque non me plantasti por San Martín. Y don Manuel, alma sencilla desde sus raíces rurales de su Ponticiella del alma, disfrutaba con la sabiduría de los refranes, que mi madre sabía a centenares. Hablaban de les abeyes que don Manuel tenía por Tiñana desde los tiempos de cura de don Jesús Martínez, que había sucedido a don Manuel en su siempre tan recordado San Emeterio de Bimenes, para después pasar a esta parroquia sierense, donde don Manuel tenía sus cubos de abeyes, al amparo de su amigo, que le tenía al tanto de los azares y avatares de les colmenes.

Querido don Manuel, necesitaba esta expansión del alma para con usted, que tanto cariño le mostró a mi madre, el ser que yo más quise de tejas abajo, ya que, como para ella, también nuestro amor más grande, el de ella y el mío, lo teníamos puesto conjuntado en la virgen de Lugás, donde don Manuel hablaba a mi madre de su gran amigo y casi condiscípulo don Gervasio González Pérez, quien se proclamaba capellán de la Santina de Lugás, a la que acudía con sus feligreses don Manuel, desde San Emeterio de Bimenes, en su visita peregrinacional cada año a rezar ante Nuestra Madre de Lugás. Me mandó sentido pésame, cuando ella, mi madre, nos dejó en orfandad para ir a la Casa del Padre, donde, sin duda, la sentimos rezando por nosotros a Ella, a la Virgen que asienta su trono en aquel Santuario del alma, en Lugás.

Don Manuel, el amigo de todos.

Nació don Manuel en Loredo, pueblo de la parroquia de Santiago de Ponticiella el 23 de diciembre de 1917. Sus primeros estudios los tuvo con el maestro de su pueblo, en la Fundación Manuel García Junceda, donde inició sus estudios de Latín con el cura de la parroquia don José Ferreira García, quien lo animó a iniciar los estudios de la carrera sacerdotal, en el Seminario de Oviedo. Iniciados éstos, estudió Humanidades, Filosofía y Sagrada Teología, con calificaciones de sobresaliente y premio extraordinario lectoral «Rodríguez Díaz-Santamarina», cuando cursaba cuarto curso de. Teología, en el curso 1938-39, el último de la carrera, cuando contaba sólo 22 años y medio, razón por la que no pudo ordenarse de inmediato, sino que fue nombrado profesor del Seminario Menor de Donlebún el primero de octubre de 1940, a seguido de lo cual fue ordenado sacerdote, aún con dispensa de un año de la edad canónica, el 15 de junio de 1941. En 1945, fue nombrado profesor de Latín del Seminario Menor de Valdediós, donde permaneció hasta junio de 1946, pasando el octubre siguiente a realizar los estudios de licenciatura en Derecho Canónico en las aulas de la Universidad Gregoriana de Roma, título que obtuvo con premio extraordinario de fin de carrera. Al retornar a España en junio de 1949, fue nombrado ecónomo de San Emeterio de Bimenes donde permaneció hasta septiembre de 1951, pasando a desempeñar el cargo de fiscal del Tribunal Eclesiástico del Obispado de Oviedo y Capellán de la Fábrica de Armas de Oviedo, en ese mismo año. En octubre de 1953, empezó a enseñar las asignaturas de Derecho Público Eclesiástico y Derecho Canónico en el Seminario de Oviedo hasta 1955, en que, tras las preceptivas oposiciones, pasó a ser nombrado canónigo doctoral de la catedral de Oviedo.

El cargo de doctoral en el cabildo era uno de los oficios, que, juntamente con el de lectoral y el de magistral, constituían como una especie de asesores del cabildo, encomendándose al lectoral lo relativo a la Sagrada Escritura, al magistral, la encomienda de realizar la mayor parte de los sermones de la Tabla, que se publicaba el 1 de enero. El doctoral asesoraba al cabildo, con los informes preceptivos, en todas las cuestiones que atañían a la aplicación del derecho canónico a los asuntos que debía solventar el cabildo en la administración de los bienes catedralicios, capitulares y de la mitra episcopal y, en cuanto hubiera de intervenir la corporación capitular, como senado del Obispo. El último oficio de lectoral lo ejerció don Francisco Aguirre Cuervo; el de magistral, don Emilio Olávarri Goicoechea y el de doctoral queda extinguido ahora con el fallecimiento de don Manuel.

Descanse en la paz del Señor, don Manuel, muy querido. Reciba la corona de gloria, que el Señor tiene reservada para sus servidores fieles. Que Dios le premie tanta bondad.

Su confesionario de la Catedral y su mesa del Tribunal Eclesiástico y los vecinos de Fitoria y los cristianos de la Fábrica de Armas parecen seguir aguardándolo.

Agustín HEVIA BALLINA, archivero catedralicio y director del Archivo Histórico Diocesano de Oviedo.

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