El fin de Austria-Hungría y otros estados europeos
En septiembre de 1918, el general francés Franchet d'Esperey, al mando de una fuerza expedicionaria aliada, hunde el frente de Macedonia mediante un ataque en la sierra balcánica de Dobro Polje, ofensiva que causa la rendición de Bulgaria –el miembro más débil del bando que, encabezado por Alemania, luchaba en Europa, Asia y África durante la Primera Guerra Mundial–; esto provoca un gran boquete en las líneas enemigas que no puede ser cerrado (lo que va a ocasionar la rendición de Alemania y sus socios), entonces las tropas aliadas avanzan rápidamente y cuando casi llegaban a Belgrado, ciudad ya situada en los límites con el Imperio austrohúngaro, este desaparece en unos pocos días pues cada nación que lo integraba se independiza, secesión a la que, hasta poco antes, eran contrarios los representantes de todas o de casi todas ellas.
Además, en lo que fue este Imperio y en otros lugares de Europa, durante 1918 y 1919 estallaron docenas de guerras entre naciones con el fin de conquistar terreno unas a otras, sin importarles para nada la espantosa epidemia de gripe que por las mismas fechas mataba a millones de personas en todo el mundo.
Otros países surgieron de modos aparentemente extraños pero también de forma rápida; por ejemplo, en Noruega habían ganado las elecciones de 1904 los partidarios de seguir unidos a Suecia, con la autonomía tan amplia de la que gozaban, pero tras una crisis de gobierno subieron al poder los que preferían la independencia (uno de los principales conspiradores fue el famoso explorador polar Fridtjof Nansen) y esta sóló tardó unos meses en llegar. aunque de manera pacífica.
Por su parte, la claramente multiétnica Unión Soviética se deshizo porque en diciembre de 1991 Gorbachov no qu iso recurrir al ejército cuando los presidentes de las tres repúblicas eslavas, las más importantes, se independizaron; estos no las tenían todas consigo pues firmaron la secesión reunidos muy cerca de la frontera con Polonia, por si tenían que huir raudos (meses antes, en agosto del mismo año el ministro de Defensa mariscal Yázov, miembro de la Junta golpista, había rechazado ordenar a las tropas que dispararan contra los moscovitas que se les oponían, con lo que fracasó el pronunciamiento comunista).
Cuando Eslovenia proclamó su independencia los jefes del Ejército Popular Yugoslavo, que estaban totalmente dispuestas a sofocarla por la fuerza, discrepaban en la manera de hacerlo; triunfó la opinión de enviar un contingente poco numeroso, con lo que perdieron esa guerra y más tarde otras regiones de Yugoslavia también se separaron, pero aquí sí que las matanzas fueron notables. Conviene advertir de que, dato muy importante, tanto en la Unión Soviética como en Yugoslavia, las primeras elecciones que se celebraron fueron las regionales, después estaban previstas las generales pero estas nunca se llegaron a convocar pues antes se descoyuntaron los Estados; debido a esa carencia el poder central no tenía legitimidad en el momento de las secesiones, y menos para emplear la fuerza.
La desintegración de España está en marcha pues en los años 60 y 70 del pasado siglo comenzó un modelo de regionalización muy imperfecto en el que las evidentes tensiones son continuas. Nunca se sabe, pero es difícil que el Estado pueda resistir una gran crisis política que aprovechen los independentistas –los de siempre y los de nuevo cuño-para separar varias comunidades autónomas; la disgregación sería vista por simpatía o inhibición por los Estados vecinos: ¿qué más quiere Francia que se deshaga uno de sus principales enemigos históricos?, ¿qué más desearían en Londres que Gibraltar limitara con una Andalucía independiente?
Aquí no sucede como en el Imperio austrohúngaro, un Estado artificial que ya había sido salvado en 1849 por las tropas del zar Nicolás 1, las cuales aplastaron la revuelta húngara, o como en la misma Unión Soviética, que era también una auténtica cárcel de pueblos, pues en España la unidad entre sus comarcas y regiones se basa (se basaba) en una historia muy unida, en una misma lengua vehicular y en una cierta cercanía entre ellas en varios -no en todosaspectos culturales. Pero también existen fundamentales elementos diversos, como unos cuantos idiomas vernáculos más o menos lejanos entre sí o una gran variedad en el relieve peninsular. Es obvio que no se ha sabido compaginar lo que es común con lo que no.
El caso es que el 18 de junio de 2006 y el 25 de febrero de 2007, los catalanes y los andaluces aprobaron en referéndum por aplastante mayoría que eran una nación –fueron más los que, libremente, esos días se quedaron en casa sin votar, pero al hacerlo se desentendieron y su opinión no contó entonces–, por tanto la nación española, por lo menos como hasta ahora se había entendido que era, se puede concluir que o en esas fechas dejó de existir o que está abiertamente cuestionada en dos de sus regiones más importantes; pervive el Estado pero este ya no está unido en la mentes de sus habitantes.
El mantenimiento de ese Estado no debería depender de las maniobras de sus dirigentes sino de la decisión de los hasta ahora –o hasta hace poco– españoles, voluntad popular que se tuvo poco en cuenta en los países arriba citados. Si, como creo probable, dentro de unos años este Estado español se desintegra, serán muchas sus regiones, provincias, comarcas y municipios que pugnarán por pasarse de uno de los nuevos paises independientes a otro; sin embargo, soy optimista, pues probablemente las guerras entre ellos no serán tan cruentas como en los lugares europeos arriba citados, y hasta es posible que todo trascurra pacíficamente, como sucedió entre Noruega y Suecia.
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