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Una más de las tradiciones perdidas

27 de Agosto del 2014 - Benigno Martínez-Fuego (Marcenado (Siero))

La lectura de los magníficos y siempre certeros escritos de don Agustín Hevia Ballina, archivero de la Catedral de Oviedo, es a lo que se llamaba en los monasterios la “lectio divina”, que al acabar el día, tenía una especial razón, además de su específico significado religioso, y éste era cepillar el polvo de la mundanidad y asomar a quienes esa lectura hacían, al mundo de la armonía, la paz y la luz espiritual, a la belleza y alegría, a la inteligencia y a la admiración. Leyendo el pasado 19 de junio su artículo sobre la fiesta del Corpus Christi en la hoja diocesana “Esta hora”, que semanalmente recibimos encartada en este diario LA NUEVA ESPAÑA, no me he podido resistir a escribir, el tema atrapó mi atención de tal manera que me parecía que en todo momento estaba hablando por mí, reflejando las repercusiones de esta fiesta en la vida de la Iglesia, en la que en otros tiempos de mayor devoción el Corpus Christi se convirtió en la fiesta mayor de las parroquias, hoy esta fiesta un tanto “descafeinada” ha perdido el arraigo y la solemnidad que la caracterizaba, los muchos elementos de los que nos habla don Agustín, que la fiesta aportó y que afectaron a la liturgia, al arte, a la literatura y la música y que enriquecieron el culto divino con las solemnes misas y procesiones, surgieron espontáneamente fruto del instinto del pueblo cristiano, ya que las normas de la jerarquía vendrían después, tal es el caso con la procesión del Corpus Christi, la más fastuosa del Principado, que comenzó a ser obligatoria en el siglo XV. Pero igualmente con la misma espontaneidad en nuestras parroquias se han ido eclipsando, para pena y pesar de los más devotos, pasando a ser una más de las tradiciones perdidas, quizá porque hemos absorbido demasiada cantidad de vulgaridades y teneos sobre nosotros las famosas siete pieles de búfalo de las que nos habla Maestro Eckart, pues todo es posible porque todo nuestro respeto a lo sagrado no existe, y es como mucho retórico tan débil que ya no se tiene personalidad sagrada inviolable ni el respeto que se tenía a lo sagrado.

Una mirada atrás en el pasado nos hace retomar a la más profunda tradición, la celebración de esta fiesta del Corpus Christi, la costumbre se aúna con el buen gusto, de manera que la multitud solía desbordar la iglesia engalanada en su interior con profusión de flores, la misa de ese domingo sabía a gloria a todos, recuerdo era un día de júbilo, con gaita y tambor, desde la tribuna acompañaba toda la liturgia y en el momento de la consagración, después de la elevación el silencio de la solemnidad, la gaita lanzaba a los aires el himno nacional para rubricar lo que allí había sucedido “el más grande y sublime misterio de nuestra fe”, que era anunciado a los que se encontraban lejos de la iglesia con tres voladores que estremecían el ser. Seguidamente el solemne y majestuoso espectáculo de la procesión. Salía del templo entre el volteo de campanas el cortejo de la adoración pública rodeando la iglesia, alfombra el camino el clásico xenoyu, la espadaña y algunos pétalos de rosas, acompañaban los niños de la localidad que hicieron la primera comunión, que también se convertían en protagonistas de la fiesta, ya que se volvían a vestir con sus mejores galas, los sones de nuestra querida gaita ponían la música, la sonora oración de los voladores, cánticos de adoración, nubes de incienso, plegarias aladas en torno del Dios de los amores, hasta llegar al altar engalanado con lo mejor, dispuesto para impartir la bendición con el Santísimo Sacramento, a cuyo término el motete “O Salutaris”, de Perossi, ponía broche de oro a la fiesta de la Eucaristía, “centro, fuente y culmen” de la vida de la comunidad cristiana, que se hace necesario analizar las circunstancias acaecidas que llevaron al pueblo a la pérdida de sus ricas y fecundas raíces.

Por doloroso que resulte, tenemos que reconocer que no hemos sabido conservar hasta el presente dádiva tan rica, mantener la costumbre que nuestros antepasados nos inculcaron desde la cuna, y las costumbres son las que dan al pueblo a una sociedad sus valores. La pretendida modernización ha provocado cambios hasta en el marco de su celebración, pasando del templo a ser itinerante por los campos donde se celebra la romería, algo que aun siendo generosa su intención, la Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones.

Benigno Martínez-Fuego

Marcenado (Siero)

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