Murió un hombre buenísimo
Muy temprano falleció en el Centro Médico, después de unos pocos días ingresado por la insuficiencia cardiaca de sus no aparentes 85 años, Andrés Barettino, que vivió en Oviedo casi toda su vida, una vida dedicada a su familia, a sus amigos y a la Confederación Hidrográfica del Norte de España, donde trabajó hasta su jubilación.
Quienes no lo conocieron y buscasen su nombre en internet encontrarían el de alguno de sus dos hijas y tres hijos, que han destacado socialmente (registrador de la Propiedad, alto cargo de organismo estatal, financiero, médico radiólogo, economista), que han destacado, decía, más que él, dato que ya apunta bastantes cosas sobresalientes en su favor. Entre su mujer, Mari, y él han hecho una familia bien unida de hijos y nietos, que van saliendo y sacando adelante lo que les toca de la sociedad en que vivimos.
Tiene, además, muchos amigos, que le quieren, porque fue siempre amable, positivo, leal, generoso, abierto y no sé cuántas cosas más, que se podrían resumir con el adjetivo “buenísimo”. Siempre se le veía con su mujer y siempre se le veía elegante, tenía muy buen gusto para vestirse y presentarse o bien obedecía mucho a su mujer respecto a las prendas que tenía que ponerse, o las dos cosas. Los dos te trataban con alegría, con buen humor, con una sonrisa y un estímulo. Su amistad se puede considerar una de las cosas buenas que se han vivido.
Se les va a echar de menos como pareja, aunque entre ellos dos sabrán muy bien seguir viviendo en pareja, con la familia y los amigos; ella, aquí abajo, y él, allá arriba, en un cielo en el que creía y ahora ya no necesita creer porque lo estará viviendo. Al fin y al cabo, su vida de creyente católico, que buscaba la santidad en medio de la calle y los quehaceres, trabajos y sentimientos de ciudadano común, como aprendió en la Iglesia y en la prelatura del Opus Dei de la que vivió y murió, es ahora en esa otra vida donde adquiere inmortalidad, la de un hombre buenísimo.
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