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Álvaro del Portillo pulverizó todas las estadísticas

28 de Agosto del 2014 - Rosario López (Gijón)

Quiero comenzar mi relato dando las gracias.

Tengo 82 años. En 1999 me diagnosticaron un adenocarcinoma de colon, estadio e2 de Dukes. Yo no entendí con claridad el significado de todas estas palabras, pero de lo que sí estaba segura es de que el diagnóstico que el cirujano me acababa de confirmar se trataba de cáncer de colon con un futuro nada prometedor.

Soy una persona luchadora por naturaleza y en todo momento pedí a los médicos que me informaran del tratamiento y de sus posibilidades de éxito con total transparencia, sin suavizar las cosas en el caso de que mi enfermedad no tuviera cura. De esta forma inicié mi calvario particular de intervenciones quirúrgicas (resección tumoral y anastomosis terminoterminal), quimioterapia y revisiones clínicas cíclicas, primero semestrales, posteriormente anuales, en mi batalla contra el cáncer. Fue en una de estas revisiones, a los tres años del diagnóstico inicial, cuando me detectaron una metástasis pulmonar del adenocarcinoma primario de colon.

¿Qué significa esto?, pensé. Que el cáncer se había diseminado a su antojo por mi organismo y presentaba una nueva localización, la pulmonar. Pero, en esperanza de vida, ¿qué significaba esto? Qué estadísticamente hablando, tenía un porcentaje de supervivencia a los cinco años del 5%, frente a un porcentaje del 95% de fallecimiento. Había que realizar de nuevo otra delicada operación y reiniciar los controles necesarios en un intento a la desesperada de salvar la vida. Fue entonces cuando una amiga me facilitó una estampa de D. Álvaro del Portillo. Recuerdo que era una estampa en blanco y negro, con la cara de un hombre sereno, afable, cercano y que me transmitía mucha paz.

Desde ese momento me encomendé a Dios a través de la intercesión de D. Álvaro. No había ni un solo día en el que no le pidiera por mi curación. Así fueron pasando los días. Afronté una segunda intervención y los controles pertinentes a los que acudía temerosa de escuchar lo peor.

Durante todo este tiempo rezaba y rezaba, y le pedía a D. Álvaro mi curación. Transcurrieron las semanas, los meses y los años (en una enfermedad de este tipo se deben realizar revisiones durante los cinco años siguientes al diagnóstico), y cada revisión era más esperanzadora que la anterior, pues los marcadores tumorales se habían negativizado, hasta que un día llegué a la consulta del oncólogo y cuál sería mi sorpresa al escuchar al doctor que con gesto muy serio me dijo: señora, ha pulverizado usted todas las estadísticas; si no lo veo, no lo creo. -¿Cómo dice?, le pregunté. -Lo que oye, me contestó. En mi profesión, dijo, estoy acostumbrado a ver la muerte de cerca, y por desgracia, éste es el resultado más común. Los casos de curación como el suyo en el contexto de una enfermedad metastásica, créame, son excepcionales.

Esto sucedió en el año 2006, fecha en la que, gracias a Dios, recibí el alta médica definitiva. Hoy estamos en el año 2014 y sigo bien.

Desde el momento que tuve en mis manos la estampa de D. Álvaro no dejé ni por un instante de encomendarme a él, y tengo la certeza de que fue su intervención la que pulverizó todas las estadísticas.

Ahora acudo a D. Álvaro para todo, y quiero acabar este escrito como lo inicié, dando las gracias. Gracias a Dios, y gracias a D. Álvaro por su intercesión. Siempre estaré en deuda con él.

El 27 de septiembre de este año tendrá lugar en Madrid la beatificación de D. Álvaro. Para mí es, sin duda, otra gracia más que he recibido: el maravilloso hecho de vivir y ser partícipe de esta gran alegría.

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