Un artículo desarofado
Al hilo del ya suspendido taller de toreo para niños, previsto para su realización en plena playa de Gijón, me quedo sorprendido con el desaforado y ofensivo artículo escrito por Ignacio Peláez, titulado “De cazas y banderillas”, y publicado el pasado domingo 3 de agosto.
Si ya me quedé perplejo cuando se publicó la noticia de la realización de tal evento, ahora lo hago mucho más al leer el artículo referido. No era mi intención seguir echando leña al asunto, y menos ahora que ya ni se celebrará el dichoso taller, pero mire usted, don Ignacio: yo no soy ni taurino ni antitaurino (queda claro), pero pienso con la razón, y así actúo. No era admisible desde ningún punto de vista que se hiciera una clase de tauromaquia para niños en un lugar como es la playa, y su suspensión estaba cantada desde que los ciudadanos supimos de ella. Es irrelevante que se recogieran 4.000 o 5.000 firmas en contra, la actividad no tenía ningún sentido, y los que no pensamos como usted y quienes son aficionados a las corridas de toros, no podíamos permitir de ninguna manera que se utilizara un lugar público y tan emblemático como es la playa para adoctrinar a los menores en una actividad que resulta dolorosa para un animal, y muy poco respetuosa con sus derechos, que también los tiene. Fíjese usted en que el torero es una de las pocas excepciones que existen en la ley sobre el maltrato animal, y con eso creo que ya está dicho bastante.
Muchos, muchísimos ciudadanos de Gijón, entendemos bien claramente lo que pretenden con esas actividades supuestamente “docentes” para niños: inculcarles la afición al mundo de las corridas, para tener clientes en el futuro en sus plazas.
Y no, no diga que hubo firmas falsas, porque la mía fue bien auténtica, y estoy seguro de que la de miles de firmantes también. Sólo usted ve firmas falsas (la suya, según informa usted mismo), que se alegra con el engaño a un animal, y pretende también engañar a los que no vemos las cosas de igual forma.
Y tampoco me considero un asesino de la libertad, como usted nos define en su artículo de opinión, tan sólo actúo movido por la razón, como he indicado al principio.
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