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Nueva era de políticos

8 de Septiembre del 2014 - Martín Montes Peón (Oviedo)

Por experiencia, sé que existe una buena porción de ciudadanos que rara vez se detienen a leer el editorial de los periódicos, aunque todavía quedemos una parte nada desdeñable de raros especímenes que empezamos la lectura justamente por esa sección.

El editorial de LA NUEVA ESPAÑA del segundo domingo de agosto efectúa una reflexión muy interesante sobre la necesidad de incorporar a la vida política a un nueva hornada de políticos honrados y honestos. Nada que no lleve clamando desde hace largo tiempo una mayoría silenciosa cada vez más numerosa, sin que hasta la presente se hayan obtenido grandes avances en materia tan importante y decisiva para la estructura de cualquier país que pretenda presentarse a sí mismo como un Estado serio y respetable.

En las difíciles circunstancias por las que viene atravesando nuestro país creo que es necesario citar con nombres y apellidos una de las causas, sino la primera, que ha derivado en un formidable desprestigio de las dos fuerzas políticas mayoritarias (PP y PSOE). Estas dos formaciones que se han sucedido a sí mismas en las responsabilidades de gobierno desde la instauración de la democracia en España son las principales responsables de provocar uno de los mayores índices de corrupción nunca conocidos, y lo peor es que lo han hecho con unos niveles de prepotencia, cinismo y desfachatez, que como mínimo, han insultado el sentido común del más paciente de los ciudadanos. Que el partido que gobierna en estos momentos en España tenga en prisión nada menos que al responsable de su tesorería durante largos años, o que el que lo hace en Andalucía aparezca salpicado por un escándalo mayúsculo por el desvío de centenares de millones de euros hacia presuntos cursos de formación de parados son sólo dos muestras inequívocas de la imperiosa necesidad que tiene nuestro país de una regeneración profunda, cuando no radical, que devuelva la confianza a sus ciudadanos.

Aunque no se cite expresamente en el editorial, la aparición de nuevas formaciones políticas, como Podemos, son la consecuencia directa del desencanto que ha generado el tradicional bipartidismo en España, y la ascensión de esas fuerzas emergentes no se produce ni por casualidad, ni por generación espontánea. La irrupción de esos nuevos partidos políticos son la consecuencia directa del hartazgo, aunque también podríamos llamarlo cabreo, del cada vez mayor número de españoles que, además de asistir al penoso espectáculo de los dineros públicos sustraídos, también hemos tenido que contemplar cómo el anterior Gobierno (recordemos a Zapatero diciendo “cueste lo que me cueste”), y el actual que pretende gobernarnos, lo han hecho y lo hacen, al atento dictado que “ordenan” los mercados y la oligarquía financiera, llegando incluso a reformar nuestra Constitución con alevosía y nocturnidad con tal de calmar la voracidad desmedida de esos mismos mercados, pero sin temblarles el pulso para destruir millones de puestos de trabajo, recortar derechos elementales del ciudadano y desproteger socialmente a millones de personas que han ido a engrosar las cada vez más abultadas bolsas de pobreza. Hombre, si a estas alturas, y con semejantes precedentes, todavía pueda haber alguien que se extrañe de la aparición y ascenso de formaciones políticas alternativas, entonces es que aparte de no enterarse de por dónde van los tiros, sólo contemplan más medicina de paciencia franciscana ante la gravísima situación en la que se ven y nos vemos obligados a vivir cada día demasiados millones de ciudadanos.

Por supuesto, no es mi propósito puntualizar en modo alguno la opinión del editorial, porque además de respetable, es bastante atinada, pero me gustaría señalar que los votos que se prevén que con toda seguridad irán a parar a las nuevas formaciones políticas son votos meditados y tan válidos como los que reciban cualquiera de los dos partidos mayoritarios, a pesar de sus probados desmanes. El gran error estratégico que han cometido y siguen cometiendo, los amos del bipartidismo y no pocos analistas políticos, es que hasta ahora, el elector desencantado optaba por quedarse en su casa el día de las votaciones, porque no se atisbaba ninguna alternativa viable, pero ahora ya sí tienen a quién confiarle su voto. La teoría del más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, a nivel político, ha fallecido y dejado de existir, desde el mismo momento que la ciudadanía ha dejado de creerse las mentiras de los que mandan y de las falsas promesas de los que pretenden hacerlo, porque cuando tuvieron opción no lo hicieron. Esa teoría ha pasado a mejor vida, cuando día sí y día también han visto cómo se destruía el trabajo estable para convertirlo en precario y mal pagado. También ha fenecido cuando han contemplado cómo han preferido rescatar bancos que hacerlo con las personas. En fin, que gracias al desmantelamiento social que, mejor o peor, tanta sangre, sudor y lágrimas nos costó conseguir, o que gracias a las burdas maniobras que pretenden llevar a cabo para perpetuarse en el poder han conseguido como resultado que nada volverá a ser igual que antes, pero tampoco para quienes lo provocaron.

Pero sobre todo, sería más conveniente no olvidarse de algo sumamente importante. Antes de tildar de antisistema, renegados, populistas, demagogos o cualquier suerte de adjetivo de descalificación, a quienes pretenden introducir la ética como motor principal en la vida política española, sepan que tendrían que tener razonablemente en cuenta que las urnas legitiman en la misma medida los votos obtenidos democráticamente y que las alternativas que se plantean, lejos de ser capciosas, sólo consisten en tener claro el índice de prioridades que esperan la inmensa mayoría de ciudadanos honrados de este país, llamado España.

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