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Un día en Entralgo, la aldea perdida de Palacio Valdés

28 de Agosto del 2014 - Agustín Hevia Ballina

Llegado a Entralgo, una reciente mañana, vine a darme, de manos a boca, como quien dice, con la Casa de Don Armando. Todo y la misma cosa fue sentirme invadir de nostalgias y evocaciones de unas lecturas de juventud, casi de adolescencia. Estudiaba yo con Don Gervasio, el cura de mi pueblo entrañable, de Lugás, para prepararme en latín con fin de ingresar en Covadonga.

Las más de las horas, que eran debidas a la que después me resultaría lengua familiar en grado sumo, las dedicaba yo, en las ausencias del cura a otras parroquias, casi furtivamente por mi parte, a leer dos autores, que seguramente mucho influyeron en mi conformación estilística: eran estos, con parigual delectación, Julio Verne y don Armando Palacio Valdés. “En horas veinticuatro, podría decir, con hipérbole y parodiando, trasegaba yo de los estantes fecundos en literaturas de la Librería del cura párroco novelas y novelas, de las que mejor habría podido dar cuenta que de los latines ciceronianos, de los que el bueno del “Domine” –también había encontrado modo de embeberme del Buscón, llamado don Pablos, del inigualable don Francisco de Quevedo y Villegas–, el Dómine gervasiano, al tomarme “sensu stricto” la lección, no siempre abocaba yo a rendir cumplidas cuentas, con las consabidas reprimendas y reconvenciones.

Ruego se me excuse la digresión, pues no iban por tales derroteros mis intenciones.

A San Juan Bautista de Entralgo no había ido por motivos palaciovaldesianos, aunque al final viniera a parar a cercanías del venerable patriarca de las letras asturianas y lavianesas, don Armando Palacio Valdés. Iba con otro objetivo bien diferente: acompañar al párroco, don Víctor Cedrón Castaño, y a los feligreses de la parroquia, para celebrar la inauguración de la restauración de uno de los retablos más valiosos y logrados del concejo, cuya capital es la “Villa Flaviana”.

Santa Misa con sermón de circunstancias, que el cura tuvo la delicadeza de encomendármelo, con ágape de hermandad entre los feligreses en el mismo “Llagar” donde con toda probabilidad se sentó don Armando, con alegrías exteriorizadas de todos los asistentes, fueron los concomitantes de la celebración bien merecida por los logros bien ostensibles del restaurador candasino Carlos Nodal.

Subtítulo: Agradables sorpresas en torno a la iglesia local de San Juan

Destacado:El retablo dedicado a la Virgen del Carmen, así como la imaginería que lo adorna, representando a Santa Ana y Santa Isabel, con el titular San Juan Bautista y los dos retablos laterales dedicados a San José y a la Virgen del Rosario, tienen detrás el respaldo de artistas de primera línea

El retablo dedicado a la Virgen del Carmen, así como la imaginería que lo adorna, representando a Santa Ana y Santa Isabel, con el titular San Juan Bautista y los dos retablos laterales dedicados a San José y a la Virgen del Rosario, tienen detrás el respaldo de artistas de primera línea, que recibieron encomienda de su hechura. Decir que resuenan por los Libros de Fábrica nombres como los de Fernández Rivera, los de Fernández Vallín y los de Toribio de Nava supone mentar ya nombres que suenan por la historia del Arte, con gran sonadía, que rebasan con mucho los ámbitos del localismo, pero leer y escuchar un nombre, con el que estás familiarizado por encontrarlo con gran profusión en los retablos y en la imaginería de la Catedral, cual es el de José Bernardo de la Meana, es ponerte en guardia, para poder decir que eso son “palabras mayores”, que lo que vas a contemplar desborda los lindes de lo usual, de lo de todos los días, para ponerte en tesitura de sublimidades y logros, que por mentar a figura tan sobresaliente del arte asturiano es capaz de parangonarse con Luis Fernández de la Vega o Antonio Borja, a quienes acompaña en múltiples realizaciones del templo catedralicio.

Así fue como me dejé extasiar ante la imagen de San José, del mismo Meana, figura casi cumbrera en la iconografía josefina en Asturias o del San Juan Bautista y los relieves de “la entrega del Rosario a Santo Domingo de Guzmán” o los “Desposorios de San José y Nuestra Señora” –pendientes de otro empuje restaurador, a que resultan sumamente acreedores–. Todo me invitaba a la degustación interior, a la fruición de todas las potencias de mi alma, al acercamiento con un respeto y reverencia a un tan extraordinario concierto de armonía y gozo a no poder más. Invito a los amantes del arte a visitar la iglesia de San Juan de Entralgo. Verán allí en cercanías la Casa de don Armando y rememorarán al viejo patriarca de las letras asturianas. Pero sobre todo encontrarán satisfacciones impensadas en la contemplación de la obra del gran artista que fue José Bernardo de la Meana. Es uno de los artistas más eximios en el recinto catedralicio, y mira tú por dónde, puedes encontrártelo y disfrutarlo también en San Juan de Entralgo, en Laviana.

Una pincelada más: al final se impuso el escapulario de la Virgen del Carmen a un número crecido de cofrades. A medida que los cofrades del hoy se iban acercando, en un rito tradicional de llamada, pensaba en el día aquel del dieciséis de julio de 1898, día en que España se despedía de Cuba, cuando resonó bajo las bóvedas del templo entralgués de San Juan Bautista un nombre, cuyos ecos parecen resonar en los de hoy, también como él llamados: Armando Palacio Valdés. La devoción a su Virgen del Carmen seguramente explica alguna escena de las novelas de “La Aldea Perdida” o de “José”, y es que don Armando se gloriaba de ser cofrade de la Virgen del Carmen.

Hemos de felicitar a los feligreses, que con sus propios recursos y los de la Cofradía del Carmen, se embarcaron en esta primera fase de la restauración de su valioso retablo.

En don Víctor Cedrón quiero felicitar a toda una pléyade de curas devotos de sus iglesias, amantes de los valores culturales del arte puesto al servicio de la fe que predicaban, compenetrados con las inquietudes de sus feligreses de buscar lo más noble y estético para el servicio de Dios, como lo fue el villaviciosino don José Antonio Paraja Peón, el fundador de la Cofradía del Carmen en 1725. De él puede añadirse que es para congratularse que el Patrimonio Cultural de Asturias se encuentre en tan buenas y eficaces manos.

Una palabra final para el hermoso libro que el cura, con la colaboración de Rosa del Carmen Álvarez Campal, tienen casi ultimado, pendiente sólo de dejar la imprenta, para ofrecernos una monografía que ojalá tuvieran todas las parroquias asturianas. Por favor, don Víctor, no deje de reservarme un ejemplar.

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