Añoranza de «Palas»
Hace días, sin tiempo para despedirse, se ha ido un gran esposo, mejor padre, pero, sobre todo, un gran amigo. De ese tipo de persona que consiguió que la palabra «amistad» se llenase de contenido y se escribiese con mayúsculas.
Son tantos y tan buenos los recuerdos, las vivencias, confidencias y algunos que otros sinsabores compartidos que nos costará acostumbrarnos a tu ausencia.
Nunca pensé que pudiese escribir una carta a un fallecido. Me puede la emoción al escribir estas líneas a mi gran amigo Luis Carlos («Palas», te llamábamos), el de la Imprenta, el jugador de tenis, apasionado de la filatelia, devoto de las «hazañas bélicas», fiel a su cachopo y que no ha podido ver jugar a las nuevas estrellas del equipo de su vida, el Real Madrid, aunque realmente para disfrutar del fútbol, como tú decías, te ibas al campo del Real Juvencia.
Aún me pregunto por qué te has ido tan pronto y sin decirnos ni tan siquiera adiós.
Gracias, Luis, por todo lo que me enseñabas en ese trato diario que teníamos, y en las ocasiones en las que las noches se convertían en interminables horas de alegría. Gracias por contarnos, una y mil veces, las historias de juventud de tu Trubia natal, que, aunque repetitivas, conseguías que pareciesen ser la primera vez que las oíamos.
A partir de ahora algo va a cambiar en mi vida y en las de aquellos que te rodeaban, pues has dejado un profundo hueco difícil de llenar.
Adiós, amigo. Donde quiera que estés, descansa en paz.
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