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Pixán, una voz de excepción en Valdediós

15 de Septiembre del 2014 - Agustín Hevia Ballina

Una vez y, si Dios quiere, no será la última, aflora a las fronteras de mi ordenador el tema de Valdediós. Efectivamente, las cosas que mucho se quieren no somos capaces de apartarlas de nuestra mente ni de nuestra imaginación. Días pasados ofrecía a mis lectores un sentido "Valdediós, entre la espera y la esperanza", cuando en el fin de semana me entero de la eventualidad de que en fechas inmediatas vivirá el bien amado monasterio, que, portador de los signos de hospitalidad de los siglos, exhibirá por huéspedes a artistas de cualidades de excepción. "La poesía en la música" será el título del excepcional ciclo de conciertos.

De ellos, el primero ha sido el que acaba de celebrarse, que vino a contar con un reparto difícilmente igualable, en el recinto monástico de Valdediós: la voz siempre novedosa, portadora de conquistas de asombro y bien armonizada del tenor Joaquín Pixán, el hijo del pueblo del que toma nombre, en el siempre entrañable Cangas del Narcea, artista consagrado, que rebasa con mucho las fronteras no sólo de Asturias, sino de España entera, proyectándose, dominador y humilde, sobre el mundo, en especial de Europa y América toda. Estuvo acompañado, maravillosamente, por el pianista Patxi Aizpiri, donostiarra de pro, director de corales y autor de conciertos objeto de la mejor crítica de las más relevantes plumas, director del Coro de la Ópera de Oviedo, figura cuyo relieve en plenitud me es difícil perfilar, siquiera sea someramente. Por resumir: una conjunción de privilegio -voz y piano- que hizo revivir ecos dormidos en las estéticas de los siglos del vetusto monasterio, cuyas arquitecturas hacen revivir la memoria del maestro Galterio, del lejano abad Juan y del obispo ovetense de parigual nombre, que por el año 1200 ponían mano a levantar el cisterciense cenobio valisdeyense.

Sin un asiento libre en el salón de actos monástico, el antiguo refectorio transformado, que escuchó otrora la voz bien timbrada del monje lector, que, desde el púlpito reglar, proclamaba con palabra encendida las glorias del santo cotidiano, leídas a través de benedictinos bolandos, en la analecta sanctorum, para conducir a las monacales mentes hacia ideales ascéticos de perfección, el cual, según la sancta regula, era compensado, debido al esfuerzo, con un vaso del "bon vino", de que tanto sabía el monje Berceo, tal y en casi idéntica forma, transidos todos como de místico silencio, escuchábamos, casi como en éxtasis, los sones de aquella sublime concertación. Así, en mi interior, se me hacían reviviscencia aquellos ecos entremezclados como con los presentes arpegios, con las sonoridades armoniosas que sugerían las letras y los sones del compositor Paolo Tosti, con la palabra ardiente de poesía colmada de Gabriele d'Annunzio, para deleitarse reposadamente, en una conjunción sin igual, en el estro poético de la sublime Rosalía, emergente de las nieblas de un pasado de "saudades", en que la voz poética de la casi divinal poetisa gallega se encontraba como hecha para la ocasión con las armonías de la voz de Pixán, convertida en música de sublimidad, tan bien modulada a los acordes del piano de Aizpiri, que parecía -voz poética y armonía deleitosa, con instrumento plenamente domeñado- estuvieran así acordados desde la eternidad.

Allí, en aquella tarde de romanticismos de sublimidad y cargada como de místicos efluvios, nos era dable a los socios del cultural Círculo de Valdediós escuchar y gozar de los logros que se nos ofrecían abastados a manos llenas. Pareceríate que las armonías perennes de las cistercienses arquitecturas estaban próximas a igualarse con los acordes, que sugerían en tu alma los sones de la música en acordada compenetración con la más acendrada poesía. Las refinadas interpretaciones de Tosti, en sus variados caminos compositivos, resultaban exhibición y fruto del más elevado esmero; las tendencias simbolistas del más depurado D'Annunzio, con "las rosas" que, allí casi al lado, todavía "quedan en el rosal", parecían llevar a mundos cercanos, pero plasmados de irrealidad y de sublime poesía.

Subtítulo: Música y poesía en un monasterio pleno de armonías

Destacado: El cantante hizo vibrar con canciones de la más depurada lírica, esas que llegan a los hondones del alma, porque van amasadas en lo genuinamente popular, reflejo, sin embargo, de aires de cultismo y de primor.

Allí hizo vibrar Joaquín Pixán el alma perennemente viva de Rosalía, con canciones de la más depurada lírica, esas que llegan a los hondones del alma, porque van amasadas en lo genuinamente popular, reflejo, sin embargo, de aires de cultismo y de primor.

Una de las canciones me quedó resonando en las mismidades del alma. Fue ésta:

"Campanas de Bastabales, cando vos oio sonar, chénome de soidades" o esta otra que comienza "Has de cantar meniña gaiteira", que me hizo acordarme del propio Pixán interpretando tan magníficamente, como lo ha hecho en la Catedral de Oviedo o en el Real Instituto de Estudios Asturianos, la misa de gaita, que tan buenos recuerdos hace aflorar para mí a la intimidad de mi memoria y de mi corazón.

Inmensamente feliz me quedé en aquella tarde, tan apropiada para el disfrute estético y para la remembranza sugeridora, que me invadía el alma, con el Conventín de los siglos casi a tiro de piedra, evocador de prístinas glorias, que llegaron a compleción aquel decimosexto día de las calendas de septiembre de la era nongentésima trigésima prima, que es año del Señor de 893, para la consagración de los siete obispos de la fama.

Las arquitecturas de la cisterciense iglesia y de los monacales claustros, plenas de armonías y de vetustas simetrías, así como de isodomías sin fin, evocadoras también ellas de perspectivas de siglos, que ansiaban transmutarse en prospectivas, que trajeran a la realidad a una comunidad monástica, que haga vida y reviviscencia a la piedad, a la ascética, a la poesía y a la música, a la cultura y a las estéticas más sublimes para abrir a esperanzas de perennidad las venerables arquitecturas monásticas, que estuvieron consagradas a la Virgen Madre entre los venerandos y siempre venerables muros del Valle de Dios, del jamás olvidado recinto monástico de Valdediós, parecían ellas sí cobrar vida en la evocadora reminiscencia de la atardecida.

Me quedo con el alma ansiosa de decires a loor y pleno ensalzamiento del venerando recinto valisdeyense, pero pronto, espero, volverá a ser nuestro encuentro, si, con paciencia, vuelves a darme audiencia, lector amigo. De Valdediós aún me queda mucho por decir. Hasta pronto.

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