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El otro perfil de un hombre excepcional

4 de Septiembre del 2014 - José Antonio A. Flórez (Oviedo)

El pasado día 5 de agosto, el Consejo de Gobierno del Principado acordó la concesión de las medallas de oro y plata con las que, anualmente, se distingue a ilustres asturianos, premiando así una vida con efectos positivos sobre nuestra sociedad en el campo de la empresa, de la investigación o de la dedicación a los más débiles o desfavorecidos.

No se trata de glosar aquí la vida de ninguno de los premiados, que ya lo ha hecho nuestro Gobierno, pero en el caso de Emilio Serrano, distinguido con la medalla de plata por ser "el impulsor de Destilerías Los Serrano y por su contribución a la riqueza agroalimentaria y cultural de nuestra región...", justo es reconocer en él otras facetas de su persona, al margen de su capacidad empresarial, algo que está sobradamente probado y de cuyo perfil, el de empresario modélico, ya se han ocupado otros, expertos en la materia, en diversos momentos de su trayectoria profesional, como destilador de esencias.

Aquí, en estas líneas, me gustaría glosar de manera breve, pero intensa, algunas facetas personales de Emilio, más intimistas, a quien el azar quiso que yo conociese, hace ya muchos años, mientras él leía, con pasión, un texto bellísimo, como pregonero de las fiestas del Certamen del queso de afuega'l pitu, que anualmente convoca la Asociación Virgen de La Probe, en La Foz de Morcín. A la sazón, yo me encontraba allí, como jefe de estudios, en representación de mi centro de enseñanza, apoyando a un alumno ganador del certamen literario convocado por la mencionada asociación morciniega. Como no podía ser de otra manera, el contenido del pregón de Emilio versaba sobre las bondades del afuega'l pitu, un manjar que, afortunadamente, está consolidado como una de nuestras joyas gastronómicas. Pero mientras escuchaba su pregón, no fue el contenido lo que me cautivó, sino el alma de poeta de su autor, de modo que, al finalizar el acto, me dirigí a don Emilio y le comenté que me gustaría tener una copia del texto, a lo que él accedió gustosamente y, unos días más tarde, la recibí en casa, enviada por carta al uso tradicional, escrita en rectas y sobrias líneas de máquina antigua, que luego supe que se trataba de una vieja Olivetti, con la que Emilio, al día de hoy, mantiene un idilio permanente, emulando a esas parejas que cumplen sucesivamente bodas de plata, de oro, de platino en el ejercicio de una fidelidad infalible, valga la redundancia.

A partir de ese momento, conocí otra faceta de Emilio, conocí al escritor, al autor de numerosos textos en prosa poética o, dicho de otra manera, al poeta que escribe en prosa para versar sobre el amor, la familia, el paso de la vida o la amistad; conocí al prosista que escribe en verso para elevar a categoría suprema los más altos valores que pueden adornar la condición humana. Su obra literaria, incompleta, porque, por fortuna, continúa en plena producción, es un refrescante y trascenderá más allá de la vida de su autor, porque cumple con dos premisas esenciales: trata temas universales, atemporales, y lo hace de manera brillante en el aspecto formal.

De su manera de escribir, de su manera de expresarse, de sus renglones rectos, se desprenden otras cualidades personales que adornan a Emilio, un hombre que hace de la amistad un culto, un hombre amigo de sus amigos, que se cuentan por centenares, un hombre que rezuma bonhomía, optimismo, simpatía y generosidad por todos los poros de su piel, quizás en consonancia con su condición de firme creyente, militancia que no esconde y más bien proclama con orgullo. Estas cualidades, ya de por sí extraordinarias, se valoran aun más en un mundo como el actual, un mundo convulso, incierto; un mundo de relativismo moral en el que la fidelidad a las personas, el valor de la amistad y el credo en valores inherentes a la buena condición humana sufren continuos revolcones y son zarandeados cuales hojas muertas en una tarde ventosa de otoño. Estos otros valores que adornan a Emilio se traducen en un bien incalculable, un bien del que tenemos la fortuna de disfrutar sus amigos, cuando mantenemos con él una conversación, que puede prolongarse por tiempo indefinido, mientras él, Emilio, destila tanto afecto, buen humor, simpatía y vitalidad que la charla, por larga que sea, se nos antoja corta, por placentera.

A modo de sencilla ilustración, al hilo de lo comentado, vayan estos versos que Emilio escribió para su obra "Desde mi desván, soltando amarras", obra que vio la luz recientemente:

"Meditar quiero / la blanca y limpia / amistad / que tú me ofreces.

Y destilar su bondad, / en el particular / alambique de mi vida.

Y separar el / cuerpo de su alma / y buscar la calidad / del contenido".

Hermosos versos, intimistas, mensajeros de paz, destilados del alma de un hombre bueno, que diría Machado. Con el sentimiento de regocijo por tu reconocimiento público, recibe mi más sincera felicitación y un fuerte abrazo, amigo.

J. Antonio A. Flórez

Oviedo

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