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El oficio de escribir

5 de Septiembre del 2014 - José María Izquierdo Ruiz (Oviedo)

Es admirable la fijación de Carmen Gómez Ojea por traer a colación a la Inquisición española para iniciar artículos en LA NUEVA ESPAÑA como “Pérfidi et foetentes” y el más reciente “Memoria y olvido”, quizá a título de comodín emocional tremebundo para hechos distantes; en el último citado, cuyo corolario es un encomiable reproche a la censura de prensa y a los castigos consiguientes, se cita el libro de un militar de hoy, cuyo contenido y circunstancias desconozco, pero entiendo su vigorosa defensa por la escritora.

Estas líneas aluden a la mención, que hace la articulista, del maestro catalán Cayetano Ripoll, juzgado por la “Corte de Fe” de Valencia, órgano vicario de la Inquisición tras su abolición; sorprende se diga que “su ejecución produjo una fuerte impresión en toda Europa y América, pero aquí se enteraron únicamente sus verdugos y camarilla”, siendo así que estas penas solían hacerse públicas, por ejemplares; y también porque dicha noticia sólo traspasara nuestra fronteras hacia fuera, y no hacia dentro, cual membrana semipermeable. Años después se editó en Madrid un artículo detallando el caso, del que Menéndez Pelayo entresaca unas líneas: “porque no llevaba a los muchachos a misa... 23 testigos declararon contra Ripoll,... el cual fue encarcelado, declarado hereje contumaz y sentenciado dos años después”; en cuyo lapso, entiendo que hubo tiempo bastante para que se filtrara el proceso. La sentencia concluye con “Que debo condenar a Ripoll a la pena de horca y a ser quemado como hereje pertinaz; que la pena podrá figurarse pintando varias llamas en un cubo, que podrá colocarse bajo el patíbulo mientras esté en él el cuerpo del reo”.

El reproche de la escritora a la presunta ocultación del caso Ripoll se amplía a la censura intemporal, a la falta de libertad de expresión, a la mordaza y a que te cortes la mano para que no puedas criticar a los arcontes. El argumento se extiende también a escritores del pasado que, dice, escribieron encarcelados, como Quevedo, Cervantes y otros. Sin embargo, a diferencia de Quevedo, que por criticar al conde duque lo encerraron, ya viejo y con su obra hecha, en las mazmorras de San Marcos de León, donde escribió misereres y no más, sobre Cervantes cabe decir que –salvo sus años cautivo en Argel como soldado de 30 años, lego y estropeado, donde pudo concebir sus escritos sobre Berbería y no más– sus encarcelamientos fueron breves y por asuntos contables de alcabalas o “ivas”, pero no por sus opiniones; y por más que se diga, mal pudo escribir mas de unas líneas en las cárceles de Argamasilla o de Sevilla, sino fuera de las prisiones, cuando lo hizo a mansalva, con obras maestras y prudentes; y que escribió con la mano derecha y no con la zurda que se la habían anquilosado los otomanos en Lepanto. Y que si bien ahora dicen que hay libertad de prensa en España, el problema es que no hay demasiado espacio donde ejercerla sobre papel, y que bastantes se dejarían cortar una mano para que les dejasen escribir e imprimir con la otra.

José María Izquierdo Ruiz,

Oviedo

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