El vino virtual de Barcia
Subí, hace unos días, al Carmín de Barcia y asistí en aquella fecha y lugar a la contrafigura del milagro de los panes y de los peces, en este caso de los bollos y de los vinos.
Llegado que fui al lugar, me vendieron un vale, al parecer título documental suficiente para acreditar derecho a comerse un bollo de chorizo y regalo con botella de vino o alternativo refresco.
Hice una esperanzada, esperanzadora, larga cola, a medida que avanzaba la cual me informaban de que en la otra punta, en la ventanilla del trueque del vale, empezaba a faltar el vino.
Por fin, dado que ni hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague ni hay mal que cien años dure ni hay enfermo que lo aguante, llegó mi turno de comer y de beber, allí me informaron de que se había acabado por desgracia el vino.
Ni vino ni refresco. Sólo malas palabras. Palabras casi soeces aplicadas a la comisión y sus miembros. ¡Y mira que el bollo estaba picantín, tirando a cojonudo!
La única sorpresa adicional fue la de descubrir que al apartarme de la cola, disfrutando de la exquisita preñez del bollo, pero en seco, pude comprobar que había un ciudadano que seguía, impertérrito, vendiendo vales al mismo precio, siete eurazos, prometedores ahora al parecer de un rico bollo real y una botella de vino o de refresco virtuales. ¡Lo que se inventa con la crisis!
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