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Mi última carta a María del Mar Garrido Bayos

5 de Septiembre del 2014 - Roberto Peña Cueli (La Isla, Colunga)

No sé si tenéis buzón de correo en el cielo. De cualquier forma, tengo la completa seguridad de que esta última carta llegará a su destino. No pudimos despedirnos. Fue todo tan rápido que no hubo tiempo para nada. Hablamos por teléfono la víspera de tu partida definitiva hacia esa patria anhelada y desconocida que los creyentes llamamos el cielo sin presentir que el desenlace podía estar tan próximo. Al contrario, todo llevaba a creer que las cosas iban mejorando, aunque lentamente, y todos nos hacíamos la ilusión de que, por fin, la recuperación estaba en marcha. Ni tú ni tu familia ni yo mismo podíamos sospechar que llegaba el final de tu lucha contra el cáncer durante estos últimos años. A veces el cáncer se muestra implacable y tenaz, y acaba saliéndose con la suya después de batallar contra él valientemente como tú lo hiciste. Lo que escribo en esta carta no te resultará nada nuevo. Te lo dije muchas veces y, en parte, quedó reflejado en uno de los libros de los que somos coautores: ¿Qué te apuestas a que amanece? Aquellas 41 cartas que yo te iba escribiendo cada semana acompañándote en este camino, con altibajos, pero buscando siempre una calidad de vida mejor, tratando de sacar de ti misma toda la fortaleza, toda la tenacidad y toda la energía que sí las tenías, ¡vaya si las tenías!, y así fuiste dando muestra de ello hasta ayer mismo.

Nos diste un ejemplo de fuerza de voluntad en tu lucha diaria sometiéndote a sesiones de gimnasia por las mañanas o por las tardes. No te apetecía, pero lo hacías. Querías estar en forma para mejor hacer frente a ese enemigo que te amenazaba y pretendía acorralarte. Salías a caminar unos kilómetros, casi todos los días, incluso cuando no te veías con fuerzas o porque, en ese momento, tu estado de ánimo te aconsejaba no salir de casa. Pero salías acompañada siempre de tus padres, que velaban por ti y no te dejaban ni de día ni de noche. Y le plantabas cara a la enfermedad.

Nos dejaste un ejemplo de grandeza de alma ante el sufrimiento. Te veías atravesando tú misma una etapa muy dura y muy difícil y, a pesar de todo, estabas pensando siempre en cómo podrías ayudar a otras personas que atravesaban situaciones semejantes a la tuya. No hace muchos días todavía hablábamos sobre esto y me preguntabas: “¿Cómo podría yo ser útil a otros enfermos? Me gustaría ayudarles”. Maravilloso ejemplo de generosidad y de un corazón grande como era el tuyo.

Nos dejaste un ejemplo de fe cristiana. Solías decir que en esta fe encontrabas la fortaleza, el ánimo y la esperanza que necesitabas cada día para recorrer el camino hacia la recuperación de tu salud. Eras fiel a tu querido amigo Jesús de Nazaret, a tu oración de cada día recitando salmos y leyendo la Biblia. Esa Biblia que, yo siempre te lo decía, era la Biblia ideal que podría ponerse como ejemplo: porque estaba sobada de tanto usarla, porque estaba subrayada en aquellos textos que más te llegaban al corazón, porque estaba llena de anotaciones al margen de tu puño y letra con aquellas conclusiones que ibas sacando para tu propia vida o con aquellas preguntas que mantenían tu alma inquieta, viva y con deseo de saber siempre más sobre nuestro Padre Dios. Siempre que me acercaba a tu casa de Las Gallinas, en Salas, me recordabas la víspera: no se olvide de traerme la comunión. Y recitábamos el salmo 22, el salmo del Buen Pastor que tanto te gustaba.

Hace pocas semanas la Cofradía Nuestra Señora del Viso de Salas te concedió el título de “Cofrade de honor”. Esa Virgen del Viso que tantas veces visitaste en su santuario y a la que tenías tanta devoción y que hoy te recibe en la Casa del Padre abriendo para ti, estoy seguro, las puertas de esa Casa de par en par.

Decías con frecuencia que si tenías que pasar por estas “cañadas oscuras” como dice el salmo, es decir, por los caminos del dolor y de la enfermedad, es porque Dios te había elegido. Esto lo repetías muchas veces en nuestras conversaciones. Y te sentías una privilegiada.

Tengo la completa seguridad de que, en este momento, ya tienes la respuesta a aquella pregunta a la que tantas vueltas le dimos: ¿por qué Dios, que es tan bueno, permite este sufrimiento? Ahora que eres plenamente feliz, ya sabes por qué, y habrás descubierto, por fin, que tu dolor sí tenía un sentido aunque nos costara tanto encajarlo en la vida real. Ahora ya no hay preguntas, ni dudas, ni oscuridad. Dios es luz y todo se ilumina de repente. Tú, desde el cielo, intercede por toda tu familia que tanto te quiso y te quiere, y por todos cuantos nos considerábamos amigos tuyos y nos sentíamos muy honrados de compartir esta maravillosa amistad contigo.

Termino esta última carta con una estrofa de un canto que cantamos los cristianos en nuestras celebraciones litúrgicas recordando a nuestros queridos difuntos:

Cansado llego a tu puerta

fue duro mi caminar.

Pero en tus brazos de Padre

al fin podré descansar.

Podrías haber escrito tú misma esta estrofa, porque ése fue tu caminar y ésa fue tu valiente fe hasta el final. Descansa, ahora, en paz, María del Mar, en los brazos de este Padre que te eligió y te llamó y te ama eternamente y al que tú buscaste incansable iluminando el camino del dolor con la llama de tu fe, que no se apagó nunca y que brilla ahora con todo su esplendor. Y que el Jesús resucitado de Luarca al que tanto rezaste te acoja con sus brazos abiertos y compartas, ya desde ahora, con Él, esa vida eterna de dicha y de paz.

Hasta siempre y gracias por tu ejemplo de creyente, por tu valentía ante el dolor y por tu generosa vida pensando en ayudar a los demás.

Roberto Peña Cueli, La Isla (Colunga)

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