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Ha llegado el momento del cambio en el Centro Asturiano

15 de Septiembre del 2014 - Benjamín Fernández Martínez (Oviedo)

Hace unos días (27/8/2014), LA NUEVA ESPAÑA publicó la noticia de que el CentroAsturiano pondría en marcha una campaña para recuperar los socios perdidos en los últimos años. Al menos, eso decían los titulares, pero si uno leía el contenido pronto se adivinaba que se trataba también de anunciar la presentación a las próximas elecciones de su actual presidente, Alfredo Canteli, por lo que, en caso de ser elegido, ése sería su quinto mandato ininterrumpido.

Resulta un poco fuerte tener que salir en la prensa para expresar el profundo malestar que causan conductas de este tipo, pero como socio de base, sin ninguna aspiración a regir los destinos del centro y después de haber dirigido dos cartas al actual presidente, una hace tres años, poco antes de las pasadas elecciones, y otra reciente, me siento obligado a hacerlo por mero ejercicio de ciudadanía responsable, y quizá mis opiniones encuentren eco en otros socios silenciosos y, entre otros, se configure una línea de actuación que satisfaga a una mayoría y sirva de base a futuros presidentes.

Me parecen un desatino las declaraciones del señor Canteli cuando dice que "...no tiene ningún sentido limitar el mandato" (de presidente), o bien: "Si algún candidato pide que se limiten los mandatos, es sencillamente porque no se encuentra ni con fuerzas ni con apoyos suficientes para ganar". A estas alturas, ya hemos aprendido casi todos –parece que salvo el señor Canteli– que en una sociedad democrática resulta esencial la limitación de mandatos de cargos elegibles, porque la sola alternativa es de por sí un valor esencial e inestimable en el juego democrático.

La limitación del número de mandatos de la presidencia, en mi modesta opinión, debería ser entendida como algo natural por sus ocupantes y, por ello, tácitamente respetada, pero cuando alguien no se atiene espontáneamente a esa regla y desea perpetuarse en el cargo, resulta enojoso hacérselo comprender y nos obliga a hablar de aspectos y acudir a razones desagradables de formular y de atender, y que podrían ser evitados si la cabezonería y el protagonismo de alguno no fueran tan desmedidos.

Parece que no hemos aprendido todavía que no es suficiente con someterse a las leyes y preceptos para que nuestra conducta pueda ser calificada de ejemplar y valorada socialmente como ética. Es cierto que la limitación del número de mandatos de la presidencia no está recogida en los estatutos, pero adecuar nuestra conducta a principios y valores que están en el sentir general, más allá de lo que dicen las normas, es lo que permite valorar una conducta como modélica y obtener el reconocimiento social. Estamos viendo todos los días en los medios de comunicación la influencia nefasta que tiene la perpetuación en los cargos públicos y el distanciamiento creciente que se produce con los representados.

Pues bien, hace tres años, con motivo de las últimas elecciones a la presidencia del Centro, envié una carta al actual presidente en respuesta a la que previamente él me dirigió solicitando mi voto. Como se trataba entonces de un cuarto mandato y a mí me parece ya excesivo, en la carta le hacía algunas consideraciones referentes a ese hecho y a otros aspectos de su gestión.

Naturalmente, le indicaba la necesidad, más que la conveniencia, de modificar los estatutos para limitar el número de mandatos del presidente, dado que era notorio ya entonces que no existía voluntad por su parte de facilitar la alternancia, la había más bien de eternizarse en el cargo, y solicitaba también sacar de los estatutos la subida de las cuotas de los socios, con lo que se podrían congelar o, incluso, bajar esas cuotas en estos años de crisis, lo que le daría un respiro al socio y se frenaría simultáneamente el impulso constructor que ha caracterizado la actual presidencia.

Le explicaba que las generaciones de los mayores, entre los que me cuento, habíamos financiado con nuestras cuotas la construcción de todas las instalaciones, y a estas alturas de nuestras vidas ya no íbamos a disfrutar las nuevas que se construyeran. Parecía un momento ideal para darnos a todos un respiro. Se sugería, incluso, que la realización de cualquier obra de cierta envergadura no debería acometerse sin conocer el sentir mayoritario del socio, porque en un club tan grande hay opiniones para todos los gustos y la mera petición de un grupo no justifica la construcción de una instalación.

Dado que la crisis nos ha afectado a todos, también lo ha hecho a los socios del Centro y si su presidente no se hubiera empeñado en mantener su política inversora en grandes instalaciones y hubiera moderado la subida de la cuota del socio, como se le ha sugerido, probablemente habrían sido muchos menos los socios que se hubieran visto obligados a dejar el Centro. La flexibilidad, la modestia y la sabiduría para saber adaptarse a las circunstancias, escuchando todas las voces –también las de los discrepantes, porque de todos se puede aprender algo– son un valor inestimable, pero no se cuentan entre las cualidades que el presidente exhibe en su gestión, de modo que ahora tendrá que aplicar "algún movimiento especial", según sus propias palabras, para recuperar los socios que primero perdió por desoír esas voces.

La excesivamente larga continuidad en el cargo conlleva otras limitaciones que dificultan ejercerlo con objetividad. Sin apenas notarlo, el presidente se va rodeando de aquellos que le aplauden por pura coincidencia de puntos de vista, mientras que, a la vez, se va distanciando de los que disienten y de los que encuentran cosas mejorables. Así se alcanza un momento en que se siente más dueño que administrador del organismo que debe gestionar por delegación del voto del socio, único dueño. En mi modesta opinión, ese momento ya hace tiempo que ha llegado para el actual presidente.

Hay más razones que podrían comentarse, pero en aras de la brevedad, si el ejercicio de su cargo por parte del presidente en estos quince años lo ha realizado para beneficio del socio y, por tanto, del Centro, como se encarga de explicar él mismo a todo el que quiere oírle, mi opinión es que el cierre más elegante a su trayectoria sería no presentarse de nuevo a las elecciones y dejar que nuevas voces y nuevos estilos aborden, por fin, las variaciones aconsejables en los estatutos para que nadie monopolice nunca más el Centro y promuevan la participación de esos 10.000 o más socios silenciosos, verdaderos sufridores, cuya voluntad mayoritaria es la que debe regir los destinos del Centro Asturiano.

Benjamín Fernández Martínez

Oviedo

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