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Crisis posvacacional

17 de Septiembre del 2014 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

Qué razón tenía la universal y vieja niña Mafalda, creación de Quino, cuando decía que a las vacaciones deberían multarlas por exceso de velocidad. Sí, es lo malo de unas buenas vacaciones: más pronto que tarde acaban esfumándose y dejándonos en el cuerpo la sensación resacosa de que lo vivido fue un sueño. Ya estamos en septiembre. Para la mayoría, las olas del mar y la playa suenan ya tan distantes como en una postal, y no queda más remedio que enfrentarnos a la cruda realidad de ganarnos el pan, cuando se puede.

Sin embargo, dicen los expertos que una vez finalizadas las vacaciones, el retorno al trabajo requiere un proceso de adaptación que de no llevarse a cabo puede derivar en eso que se ha dado en llamar síndrome o crisis posvacacional. Y, desde luego, no seremos nosotros quienes contradigamos a esos señores

Ciertamente, cada año el fin de las vacaciones predispone a conflictos de pareja, crisis existenciales y agobios personales. Tensiones musculares, nerviosismo y ansiedad son algunos de los síntomas. Los más graves necesitarán un psicólogo.

Tristeza, agobio, nerviosismo e irritabilidad. Es el signo de la personalidad neurótica de nuestro tiempo, como efecto del contexto y las inquietudes vitales incorporadas a la actual forma de vida. Es un síndrome que a muchos les afecta literalmente en su día a día.

Los especialistas aconsejan, asimismo, que para evitar los incontrolables efectos del retorno a la rutina se afronte ese cambio con una meditada programación: retornar a casa de manera anticipada y relajada o practicar ejercicio físico moderado los días previos al temido retorno.

No obstante todo ello, coincidirán conmigo en que en un país donde existen más de cinco millones de desempleados, padecer el llamado síndrome posvacacional es cuando menos poco solidario. Si uno tiene vacaciones un mes es una prueba de que durante los once meses anteriores ha tenido un puesto de trabajo. Un auténtico privilegio en los tiempos que corren como para apellidar de tan irreverente forma la más que normal pereza por volver a la aburrida rutina. ¿Qué pensarán al respecto los cientos de miles de españoles que se levantan cada mañana con la preocupación de cómo van a dar de comer a sus familias si no encuentran un empleo de inmediato? Seguro que todos ellos estarían encantados de padecer tan sosaina dolencia.

Reincorporémonos, pues, con la momentánea mala leche de antaño. La que se borraba a media mañana del primero de septiembre al reencontrarnos con los compañeros de siempre.

Pero si caemos en el error de comentar que padecemos síndrome posvacacional, hagámoslo, por favor, en voz muy baja. No vaya a escucharnos un parado de larga duración que nos haga recapacitar y ver el mundo en que vivimos.

El auténtico síndrome lo sufren más bien quienes carecen de empleo y tienen hipotecado su futuro. Sin duda.

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