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"El sanador de caballos", narrativa exquisita

23 de Septiembre del 2014 - Agustín Hevia Ballina

Hace unos días, que no fueron más de tres y en horas robadas a otras ocupaciones, cuando no al mismo sueño, llegué a consumar la lectura de un libro que me sedujo y me resultó apasionante. Trátase de “El sanador de caballos” de Gonzalo Giner, publicado por la Editorial Planeta. En él, el autor ha sabido entreverar sus conocimientos de veterinaria con narrativa literaria exquisita y un fondo de historia, sabiamente dosificada, que hacen de este libro una novela que no puedes soltar de las manos, una vez que has emprendido su lectura. Su marco cronológico se extiende desde la caída de Alarcos en poder de las tropas almohades, en los finales del siglo XII, para culminar en la grande y trascendental batalla de las Navas de Tolosa, el año 1212.

El hilo conductor de toda la novela lo representa Galib, un musulmán, albéitar, hipiatra o, si se quiere mejor, “sanador de caballos”, o “veterinario”, al que viene a sustituir su discípulo Diego de Malagón, en quien se centra el protagonismo total. Ambos, maestro y discípulo, hacen embeberse al lector en un mundo de vivencias y de añoranzas, de hechos de armas y de aventuras en que cada personaje se mueve, hábilmente dentro de la trama trazada por el autor, como guiado por una mano cuerda y segura hacia unas metas en las que, en ocasiones, se interfiere la muerte, la desgracia o la calamidad. El proyecto del joven Diego de Malagón es llegar a titularse de albéitar, para lo que su tesón lo dirige certeramente a superar todas las dificultades: aprenderá de la experiencia de su maestro, a quien Diego imita en seguimiento de sus huellas, hasta llegar, con el apoyo de los libros de una biblioteca monástica que contienen una como savia vivificante, que, a través de una ósmosis de vasos comunicantes, le llegan a las mismidades de su alma, en enriquecimiento continuado de sus conocimientos, las esencias vivificantes de la Antigüedad en lo que respecta a la ciencia de la sanación de caballos, al arte de la albeitería.

Tenía curiosidad suma en llegar a las páginas de este libro, con tiempo suficiente y posibilidades, para leérlo casi de un tirón. Hacía ya unos años que había recibido de su autor, Gonzalo Giner, una carta, para mí sorprendente, como muchas que recibo en mis archivos de la Catedral o del Histórico Diocesano. Se me consultaba en aquella misiva sobre algunos aspectos concretos referentes al cuidado de los caballos a través de los archivos de algunas órdenes religiosas y, en particular, los monjes de la Cartuja sevillana de las Cuevas. Poco podía yo aportarle en materia tan peculiar y tan poco por mí frecuentada en mis dedicaciones. Con todo, recordaba haber visto publicada en “Memoria Ecclesiae”, una colaboración sobre esta cartuja y otra sobre la de Mallorca.

Sí recuerdo que entonces había redactado unas líneas, que no sé si las envié al autor pero que me sirven ahora para dar cuerpo a mis reflexiones. Me fijé en aquel momento en el mismo término “hippos”, caballo, que viene a ser uno de los más fecundos en derivados, que aparecen a lo largo de toda la literatura griega. Quedé sorprendido, a la sazón, en un recuento minucioso de la extraordinaria facilidad para formar compuestos que reflejaban los más variados aspectos de la semántica en torno a esta palabra. De ese recuento obtuve la siguiente conclusión: El Diccionario de la Lengua Griega de Bailly testimonia la enorme cifra de palabras griegas que se forman sobre ese radical: nada menos que 250 términos, sobre todas las facetas posibles referidas a los caballos, con una amplia repercusión en la onomástica griega.

Subtítulo: La albeitería y el arte veterinario en el culmen de la exaltación

Destacado: En la ascética cristiana, el caballo representa al alma, cuyas pasiones desbocadas ayuda a dominar el ejercicio continuado; también simboliza al súbdito de Cristo, a los ángeles y a los servidores del evangelio

Las referencias primeras al caballo, como animal vinculado a la guerra y al progreso de la civilización aparecen ya entre los sumerios, los babilonios, los egipcios y en el mundo de Ugarit. La iconografía jinete-caballo se ofrece ya desde la Prehistoria y, en el mundo griego, se considera este doblete como un ser mitológico, los centauros: mitad humanos y mitad equinos. Pegaso sería el caballo alado de Zeus. Por otra parte, este animal, tan noble y portador de tanta belleza, estuvo profundamente vinculado a Poseidón, el dios de las aguas y de los mares, portado por briosa cuadriga de fogosos corceles, al igual que también se asigna similar cuadriga a Helios o el Sol y a la Aurora.

En la mítica griega, fue famoso el caballo de Troya, como lo fue el caballo de Agamenón, al que en la “Ilíada” se denomina Athée. Caballos destacados en la Historia fueron el de Alejandro Magno llamado Bucéfalo; Incitato fue el nombre del de Calígula, elevado por éste a la categoría de cónsul; Genitor fue el de Julio César; Estrategós fue el de Aníbal; Babieca, el del Cid Campeador, y Rocinante, el de Don Quijote de la Mancha.

Famosos eran los caballos de Diomedes, Podargo, Janto, Lampo y Dino; Los caballos del Sol se llamaban, Aetón, Eous, Flegón y Pirois. En Grecia el más famoso domador de caballos fue Cástor, el hermano gemelo de Póllux, llamados los Dióscuros.

En la Biblia con frecuencia aparecen vinculados al carro: “jinetes y carros hundió Yahvé en el mar”. En el Apocalipsis, aparecen con sus cuatro jinetes, que cabalgan un caballo blanco, que simboliza la corona de la victoria; un caballo rojo, para significar degollación y sangre; el caballo negro era símbolo del juicio de Dios sobre los humanos, portador de llanto y de calamidad y, finalmente, un caballo averdosado, portador de muerte y de destrucción. En muchos lugares de la Biblia, Yahvé mismo es contemplado cabalgando al frente de sus Ejércitos, mostrándose como verdadero Dios de Israel.

En la ascética cristiana, el caballo representa al alma, cuyas pasiones desbocadas ayuda a dominar el ejercicio continuado; también simboliza al súbdito de Cristo, a los ángeles y a los servidores del evangelio.

Sabba, la yegua de Diego, será, con su amo, casi protagonista de todo el libro de Giner. Es prototipo de lealtad, de respuesta generosa en los peligros del albéitar, el animal al que solamente le falta hablar, utilizando variadas formas de expresión de su entrega a su dueño.

A punto ya de terminar: “El sanador de caballos”, representa para su autor el franquear la puerta estrecha de la gloria literaria. Es exaltación conseguida de la profesión de la albeitería. Es una magnificación del caballo –el prototipo es Sabba- a la que su amo, Diego de Malagón, es capaz de sublimar a las mayores cotas de la ternura, del afecto y de la fidelidad, que difícilmente alcanzan a conseguir los humanos.

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