El placer de ser furtivo
Es lógico y normal que los padres pasen momentos de intranquilidad por lo que pueda sucederles a los hijos, pero ¿ponerle un dispositivo rastreador al niño para registrar todos sus movimientos y conocer al momento en qué lugar se encuentra? Ésa era la pretensión que, según pude leer hace un tiempo, tenían los progenitores de un chico inglés y la cual no fue concedida por las autoridades competentes. Utilizo y reconozco las ventajas y posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y comunicación, pero también siento la necesidad de ser un furtivo, de pasear por caminos sin presencia de cámaras, de moverme sin dejar rastro y sin prestar atención al sonido y la pantalla de un teléfono móvil. La verdad, nunca he creído ni confiado en el control exhaustivo de los pasos de los hijos (referido a la etapa en la que comienzan a tener autonomía, así como a la adolescencia) al objeto de prevenir conductas y sucesos perjudiciales o reprobables, pues siempre he pensado que es más fructífero y saludable recurrir a un cóctel de cariño, compañía, conversación, sensatez, autoestima, atención y determinados elementos como el respeto y la empatía.
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