Trato indignante

21 de Septiembre del 2014 - Ana Fernández Coro (Oviedo)

Somos cuatro amigos que planeamos hace un par de meses hacer el Camino de Santiago en bicicleta. Una vez tuvimos todo organizado, nos dispusimos a comprar los billetes de tren que nos llevarían desde Oviedo a León primero y desde Santiago- León-Oviedo finalmente para volver a casa.

Compramos los billetes con antelación, advirtiendo en ese momento que llevaríamos bicicletas. Posteriormente, volvimos a la estación varias veces, con el fin de cerciorarnos de cómo debían ir las bicicletas y así no tener ningún contratiempo. Dos días antes de marchar, un interventor habló con nosotros y nos dijo muy firmemente que las bicicletas debían ir en los trenes que habíamos contratado (Alvia, Arco y Regional) completamente desmontadas, tapadas y que no midieran mas de 1,20 metros de largo.

Ya el primer día, cuando llegamos a la estación con las bicis desmontadas y guardadas en fundas específicas que compramos en la estación de autobuses, las encargadas de los billetes nos dicen que no creen que podamos subir al tren con las bicicletas "así" y que debíamos esperar a que llegara el tren y el interventor de turno nos diera el visto bueno. Finalmente, en ese tren tuvimos "suerte" y pudimos subir.

A los seis días, en Santiago, tenemos que volver a coger un tren. Al igual que en Oviedo, llegamos con tiempo a la estación para desmontar completamente las bicicletas. Una vez en faena, llega una encargada de la estación y nos indica que cojamos una cinta métrica y cumplamos estrictamente las medidas. Una vez hemos conseguido que todas las bicis estén listas, llega el tren y, como siempre, esperar a que se baje el interventor y nos dé bandera verde. En este caso, el hombre nos deja pasar a todos, poniendo únicamente pegas a uno de nosotros, que no lleva la bicicleta totalmente tapada. No obstante, tras pasar el apuro y aguantar su bronca, le deja subir a él también.

Creyendo que teníamos ya lo más difícil conseguido, llegamos a León, donde hemos de esperar nuestro último tren para poder volver a Oviedo. Esta vez es un Alvia, al igual que en la ida, y ya que tenemos todo el equipaje embolsado y la bicicleta lista lo vemos "pan comido". Para nuestra sorpresa, cuando llega el tren y se baja el interventor, el hombre, de manera nada agradable, nos dice que allí no subimos. Le explicamos que veníamos ya desde Santiago con las bicicletas así y que cumplíamos las medidas. No sólo nos contestó de manera brusca, sino que sin habernos medido las bicicletas para justificar su decisión, se montó en el tren y arrancaron. Según marcha el tren, se nos acerca otro trabajador de la estación y nos dice que no nos queda más remedio que esperar el siguiente tren, que pasa a las cuatro horas, y ver si tenemos suerte, porque no nos puede asegurar nada.

Completamente indignados, nos pusimos en contacto con nuestras familias para ver qué hacíamos, hasta que no quedó más remedio que tomar la decisión de que uno de nuestros padres viniese a buscarnos en coche. Ya que no íbamos a poder usar los servicios por los que habíamos pagado, fuimos a las taquillas a pedir que se nos devolviera el dinero y el trabajador se negó a dárnoslo.

No nos quedó más remedio que esperar a que llegara uno de nuestros padres, quien fue otra vez a taquilla con nosotros a pedir explicaciones de semejante tomadura de pelo. En este caso, el mismo trabajador sí que nos devolvió el dinero, pero no nos dio ninguna explicación ni justificación de cómo no podíamos coger ningún tren habiendo avisado de que íbamos con bicicletas.

Finalmente, pudimos llegar a Oviedo en coche, pero el trato que nos dio Renfe fue completamente indignante e injusto. Tiene tela que en los tiempos en los que estamos, que tanto se dice querer potenciar el deporte y el transporte público, no dejen a cuatro chavales subir en un tren con sus bicicletas y que, de hacerlo, tengan que llevarlas completamente desmontadas en piezas.

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