Brutalidad y polémicas decisiones
En honor a la verdad, ¿podría decirse que nuestra sociedad actual es el producto de un largo proceso de civilización en el que se han tenido que superar muchísimos episodios donde imperaba el carácter primitivo del ser humano? Sí, pero puede que en ocasiones aún nos falte un poco de cocción.
Como ocurre cada mes de septiembre en Tordesillas.
Otro año más, en esa bonita ciudad vallisoletana se ha escenificado el maltrato animal elevándolo a la categoría de fiesta. Con la única explicación válida a favor de la tradición, se ha ejecutado (nunca mejor dicho) el cruel espectáculo aireado como el "Toro de la Vega". El ritual ya es de sobra conocido: varias decenas de "valientes" a caballo, armados de lanzas de casi tres metros (de ahí les puede venir la valentía), persiguen a un toro hostigándole y picándole hasta acabar con su vida. La víctima de este año se llamaba "Elegido" -siniestro nombre, teniendo en cuenta el destino que le esperaba-. Y al "valiente" y joven lancero que acabó con él le agraciaron con el rabo por su "extraordinaria faena" y fue ovacionado como un auténtico héroe.
Observar cómo un animal es perseguido por decenas de jinetes a caballo armados con picas, hasta campo abierto, donde se le rodea y alancea hasta que cae muerto es una exhibición tan salvaje que no se puede permitir sólo por el hecho de que la antigüedad del espectáculo se remonte a la Edad Media. Tordesillas convierte así su fiesta en una degradación, en una crueldad, y eso no es una fiesta.
Las muchas personas que ese día se sentaron en las calles de Tordesillas para impedir que el toro llegara a la campa donde le esperaban los lanceros forman parte de la sociedad del siglo XXI con unos códigos éticos, unos valores cívicos y una educación en el respeto a la naturaleza muy alejados de la Europa del Medievo.
Insisto, el pasado martes 16-S una parte importante de la población de Tordesillas, comandada por unos cuantos jinetes que cabalgaban lanza en ristre, festejó, como cada año, una despiadada y brutal representación a costa de un toro de 600 kilos de peso, al que torturaron hasta la muerte, sin que una manifestación animalista, que en contraposición se celebraba en aquellos momentos, pudiera impedirlo o, cuando menos, lograra posibilitar una muerte exenta de sufrimiento al astado.
Obviamente, queda todavía mucho camino por recorrer para que este país se incorpore a la modernidad y a esa tarea estamos llamados todos desde un marcado respeto y, desde luego, sin actuaciones de violencia.
Ante espectáculos como éste, muchos aficionados a las corridas de toros, lógicamente, se declaran antitaurinos. Y yo, con permiso de la autoridad competente, ni quiero ni puedo quedarme atrás.
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