La serenidad

24 de Septiembre del 2014 - José Antonio Coppen Fernández

Ha quedado perfectamente sintetizada la grandeza de la serenidad en la inscripción de un reloj antiguo: "Las horas que no son serenas no cuentan". La serenidad no es apatía, impasibilidad o dejadez. La serenidad es condición imprescindible para pensar y actuar, o no, en consecuencia. Las personas sometidas a presión durante horas alumbrarán menos ideas, rendirán menos y se equivocarán más. Sin interrumpir nunca este gozo, sino manteniéndose siempre en un estado de placidez, sin engreírse jamás ni deprimirse; esto es la tranquilidad. El mayor enemigo, por tanto, es el desasosiego derivado de las preocupaciones. Con una actitud serena serán mayores las posibilidades de éxito en nuestros propósitos. Una persona con perfil interior sereno, no aparente, está en ventaja sobre la que carece de él. Estas características conducen sin obstinación a penetrar en el paraíso del entendimiento, de tal manera que permite la circulación de sensaciones e impresiones bajo el tamiz de la reflexión.

Subtítulo: Lo que gana una persona con perfil interior sereno

Destacado: Vivir significa un mayor contacto con la realidad mediante numerosas inquietudes que se pueden desarrollar para que nos permitan una vida sensiblemente más enriquecedora

Lógicamente, la serenidad cobra mayor relieve cuando las circunstancias demanden la aportación de opiniones y/o decisiones importantes. En cualquier actividad de la vida humana, cuanto más calado tengan los problemas, mayor rentabilidad se obtendrá; de ahí el éxito o el fracaso que puedan derivarse. Conviene recordar que vivir no consiste en permanecer despiertos desde que nos desperezamos por la mañana hasta que al anochecer nos vence el sueño. Vivir significa un mayor contacto con la realidad mediante numerosas inquietudes que se pueden desarrollar para que nos permitan una vida sensiblemente más enriquecedora. Por encima del viento que sople, vivamos siguiendo, en cualquier momento, la dirección más adecuada a nuestro propio impulso positivo.

Ganaríamos tiempo y conocimiento si nos aplicáramos en la lectura de las directrices que los clásicos nos ofrecen gratuitamente. Hay muchos hombres, por ejemplo, que podrían haber alcanzado la sabiduría si no se hubiesen creído que la habían conseguido. Pero en el engreimiento anida mucha ignorancia. Ya 400 años antes de Jesucristo advirtió el sabio griego Cleóbulo de Lindos: "Nada hay tan común en el mundo como la ignorancia y los charlatanes". No obstante, dejando a un lado las excepciones que confirman la regla, la serenidad va pareja, en cierto modo, a los casos de un desarrollo normal de la personalidad de cada individuo; se va obteniendo conforme se va creciendo y madurando espiritualmente, por lo que el sosiego de la mente es más propio de los adultos que de los jóvenes. El ímpetu de los pocos años no concede mucho espacio a la serenidad y, por tanto, a demasiados momentos para la reflexión. Seguramente de ahí vienen los llamados pecados de la juventud, reflejo inequívoco de la verdadera pureza de la rebeldía.

No será necesario recordar, por último, que para alcanzar una vida más plena y feliz hay que huir de los estados de ansiedad que puedan invadirnos, y hacer el recorrido del camino de nuestras vidas de forma calmada y serena. Y es que para encontrar este bienestar no debemos dar importancia excesiva a cosas que quizá no la tienen, que es lo que sucede muchas veces, por lo que una adecuada balanza mental nos permitirá apreciar su valor más certero y, así, tener más garantizada la serenidad. El escritor y ensayista francés Michel Eyquem de Montaigne ya advirtió en el siglo XVI: "El signo más cierto de la sabiduría es la serenidad constante".

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