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¿Sillas de ruedas... o personas?

24 de Septiembre del 2014 - Maria José García López (Oviedo)

La primera vez que entré en el nuevo recinto de la Ería habilitado para la realización de algunos de los conciertos de las fiestas de San Mateo de Oviedo me quedé gratamente sorprendida por la excelente organización, el bonito escenario y las medidas de seguridad indicadas en las pantallas. Sin embargo, luego acudí a un concierto con una amiga que tiene una discapacidad y necesita usar una silla de ruedas para desplazarse. Y mi opinión cambió de forma radical.

En la entrada nos indicaron por dónde debíamos acceder al recinto y nos comentaron que una vez en el interior encontraríamos dos rampas elevadas destinadas a personas con discapacidad. Hasta ahí, todo correcto. Una vez dentro, ingenuamente, creí que alguien nos acompañaría u orientaría. No había nadie junto a las rampas. Al intentar subir, la rampa era bastante empinada, como algunas de esas bonitas rampas inexplicables e inservibles que decoran nuestras ciudades. A veces da la impresión de que las personas encargadas de la accesibilidad, la única silla de ruedas que han visto en su vida es la del calvo de la película “X Men”.

Ironías aparte, además de que aquella rampa era de difícil acceso, únicamente había dos rampas en todo el recinto, y sólo en uno de los laterales. La más cercana al escenario era tan lateral que prácticamente veías el escenario como lo verías desde la última fila.

La guinda del pastel fue cuando una persona de la organización nos comunica que hasta que empiece el concierto (¡faltaban dos horas!) sólo podían acceder a la rampa las personas con discapacidad, debiendo los acompañantes esperar abajo. Y si una vez comenzado el concierto no hubiera espacio en la rampa, los acompañantes deberíamos (atención) permanecer en un lugar diferente del de nuestro amigo o familiar. ¿Perdón? ¿Acaso las personas con discapacidad no tienen derecho a disfrutar del concierto con su familia o amigos? (lo cual es casi lo más bonito de un concierto). ¿Deben ver el concierto situados en una rampa junto a otras personas a las que no conocen? ¿Cómo nos sentiríamos si nos ocurriera eso a cada uno de nosotros?

Ante la posibilidad de tener que ver el concierto separadas, sumada al hecho de la inclinación excesiva de la rampa, mi querida amiga y yo decidimos colocarnos junto al resto de personas en primera fila, donde fuimos tratadas maravillosamente por quienes nos rodeaban. Y pudimos disfrutar de la ilusión y la magia de cantar, bailar, dar palmas y sacarnos fotos. Juntas. Como cualquier persona que acude a un concierto con sus amigos.

Estoy dolida e indignada. Es obvio que los responsables de este despropósito no tienen ningún familiar o amigo querido, que necesite una silla de ruedas. Tal vez algún día, estos “personajes” tengan algún familiar o se vean ellos mismos obligados a usar una silla de ruedas. Y probablemente ese día sientan como nosotros. Porque somos muchos los que no vemos una silla... ya que sólo vemos a la persona que se sienta en ella.

Ojalá algún día los brillantes artífices de la eliminación de las barreras arquitectónicas no piensen en el número de sillas que entran en una rampa sino en el número de personas que van acompañadas y que, exactamente igual que ellos, van a trabajar, sienten, tienen amigos y se divierten en un concierto. Ojalá que de una vez por todas mis amigos dejen de ser números... y por fin se conviertan en lo que son: personas.

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