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Para qué debería servir un plan de empleo y para qué no

25 de Septiembre del 2014 - Lorena Álvarez (La Pola)

Un plan de empleo debería servir para dar una nueva oportunidad a los parados de larga duración, con preferencia por aquellos con mayor dificultad para reincorporarse al mercado laboral.

Un plan de empleo es una segunda, tercera, cuarta... oportunidad, ante todo para quien lo necesita y, después, claro está, para quien ha hecho suficientes méritos mediante la prueba puntuable de rigor, en la mayor parte de las ocasiones.

Ahora bien, un plan de empleo no puede servir para cubrir una plaza que debiera ser fija en un Ayuntamiento ni para promover profesionales de forma cíclica en un mismo puesto.

Los trabajadores de los planes de empleo no tienen por qué tener experiencia, aunque se supone que la adquieren en el desempeño del empleo.

Si se precisara de experiencia, se pediría currículum, se haría un concurso de méritos puntuables, yendo más allá del empadronamiento.

Más que méritos se piden unos requisitos mínimos y otros favorables, como una titulación que no sirve para garantizar conocimiento ni experiencia o garantías de profesionalidad, sino para “cerrar mercado” y facilitar así el ciclo de esa especie de funcionariado “extraoficial” y, por cierto, precario.

Un Ayuntamiento está en su derecho y, también obligación, de desear que “los mejores” desempeñen un cargo, y bien pueden hacer una contratación a través, por ejemplo, de una ETT, haciendo pesar lo que crean conveniente para la selección de personal. Lo que no puede ser es que un Ayuntamiento carezca por entero de profesionales de una rama clave en la economía de un municipio y que los únicos técnicos posibles accedan mediante planes de empleo, pagados por otras administraciones públicas. Tampoco puede ser que ese Ayuntamiento carezca de profesionales que enseñen a los “novatos” que puedan acceder a un puesto mediante un plan de empleo, en supuesto aprendizaje. Parecería que tal atrevimiento pudiese proceder de un Ayuntamiento que sabe que en su plan de empleo, salvo excepciones, los novatos no entrarán.

No hay excusa que valga: ni la de restringir a sólo unas titulaciones un puesto (facilitando un menor “censo de oportunidades”), ni la de aludir a que se pierda un determinado certificado o estándares de calidad (ya que los planes de empleo anteponen la necesidad a la profesionalidad, pese a contemplarla), ni a la de carecer de profesionales que ayuden a los nuevos en el aprendizaje... porque un plan de empleo debería ser lo que debería ser.

¿Quieren profesionales? contrátenlos.

¿Quieren dar nuevas oportunidades a determinados sectores castigados de parados? Hagan planes de empelo.

Nada de contratar siempre a los mismos, con farsas y teatrillos gracias a bases de convocatorias que favorecen la trama. Nada de pagar “deudas morales” o promesas por los errores del pasado que impidieron una u otra contratación esperada.

Nada de dejar que determinadas personas se enquisten, porque eso también va en contra de otro de los objetivos de los planes de empleo, que es la activación de los trabajadores, sin fomentar que simplemente algunos esperen pacientemente a que “llegue su turno”.

Si son buenos profesionales, repito, contrátenlos. Pero les recuerdo que, hablando de lo que debería y lo que no debería ser, los planes de empleo no son para eso; así que procuren favorecer a personas nuevas, o toda convocatoria quedará en un descarado “paripé”, pues como la experiencia es un grado, ya ni siquiera hará falta chivatazo ni engaño: unos contarán con sobrada ventaja sobre los otros, independientemente de su necesidad o preparación, y la simple experiencia profesional en el mismo puesto que se convoca lo hará todo, facilitando que desde un principio se sepa “el caballo ganador”.

No insulten nuestra inteligencia o, por lo menos, ahórrennos el mal trago del desencanto por haber creído que las cosas eran como deberían haber sido.

Esto no sólo va por los que ahora tienen poder de decisión para crear o no convocatorias de planes de empleo ad hoc o merecidos contratos a profesionales de su elección. Esto va también por los que vengan detrás de ellos. Porque si se han hecho mal las cosas, no hay motivo para volver a repetir errores, salvo el extraño gusto por la “neciura”.

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