Autogestión
Allá en los primeros años de la década de los setenta, cuando ya se preveía un cambio político en España, surgieron muchos movimientos e iniciativas desde distintos sectores preocupados por conseguir no sólo la democracia política sino también la económica y social, lo que entonces se llamaba democracia avanzada, que iba mucho más allá que el régimen bipartidista que tenemos ahora. Entonces, un grupo de personas de diversa procedencia asistimos a un cursillo en Gijón organizado por don Óscar Iturrioz sobre autogestión en Yugoslavia, así se disfrazaban un poco aquellas actividades que las “autoridades” consideraban subversivas.
Hacía ya años que aquel país se había separado de la órbita rusa y procedido a la revisión de algunos dogmas cuyo carácter autoritario parecía evidente. Basándose en algunos aspectos poco conocidos de las obras de Marx y Lenin, y remontándose al período en el que los soviets representaban la democracia directa, rescataron una palabra casi olvidada: autogestión.
Según la define el Larousse, autogestión es “la gestión de una empresa llevada a cabo por los trabajadores de la misma, o la organización de la sociedad basada en la autoadministración de las masas”. Aquí nos vamos a referir a la primera y más conocida de estas alternativas poniendo de relieve sus características profundamente democráticas. En una empresa autogestionada se organiza, mediante unas elecciones, una representación obrera en tres niveles: la asamblea general que tiene las máximas competencias; un órgano menos numeroso compuesto por delegados: el consejo obrero; y finalmente, el comité de gestión. Pero, además de la participación directa de los obreros a través de estos instrumentos, hacen falta unas normas para evitar el burocratismo, como la limitación de los mandatos, la revocación por la asamblea de los elegidos si no cumplen su misión, la celebración de referéndum, etcétera.
Para que la autogestión tenga éxito, es necesario que cambien las relaciones de poder existentes y que la economía se desarrolle basándose en los intereses de la inmensa mayoría de la población. Son necesarias una banca pública y unas instituciones realmente democráticas. También es muy importante la presencia de unos sindicatos fuertes, sindicatos de clase como el SAT o la CNT que liberen a los trabajadores de la mentalidad de asalariados o de pequeños propietarios, ya que una empresa autogestionada no es una cooperativa, y que impulsen la participación y no lo dejen todo en manos de los delegados.
La autogestión yugoslava terminó de forma trágica, pero este fin no se debió a su ineficacia. Más bien se puede atribuir a que suponía un mal ejemplo para el capitalismo globalizado, cuyos representantes, apoyando a los diversos nacionalismos, desencadenaron guerras, bombardeos, intervenciones de la OTAN, etcétera, hasta que lograron desarticular y destruir completamente aquel sistema.
Hoy, en España, la autogestión es posible, empezando por llevar a cabo una reforma agraria que convierta los grandes latifundios en granjas colectivas, como ocurrió en Argelia después de la independencia, o en Portugal después de la revolución de los claveles, experiencia esta última que acabó con la llamada “ley Barreto”, ministro socialista de Agricultura.
Debe rellenar todos los datos obligatorios solicitados en el formulario. Las cartas deberán tener una extensión equivalente a un folio a doble espacio y podrán ser publicadas tanto en la edición impresa como en la digital.
Las cartas a esta sección deberán remitirse mecanografiadas, con una extensión aconsejada de un folio a doble espacio y acompañadas de nombre y apellidos, dirección, fotocopia del DNI y número de teléfono de la persona o personas que la firman a la siguiente dirección:
Calvo Sotelo, 7, 33007 Oviedo