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Sobre la iglesia de Ujo y su progresivo deterioro

8 de Octubre del 2014 - Mayte Zapico López (Mieres del Camino)

No es la primera vez que en este periódico o a través de otros foros públicos he expresado mi desolación por la pérdida del patrimonio de nuestro concejo de Mieres o por el estado en el que se encuentra el que conservamos. Sé que en tiempos de vacas flacas la distribución del dinero y de los recursos públicos es siempre complicada, pero tampoco se debe malbaratar la herencia cultural que forma parte de nuestra identidad colectiva.

Con especial preocupación vengo siguiendo desde hace tiempo las noticias sobre el estado en que se encuentra la iglesia parroquial de Ujo y, en especial, las advertencias sobre su progresivo deterioro hechas por su párroco, don Luis Cuervo, que, por lo que le toca en el oficio eclesiástico, sabe muy bien lo que significa predicar en el desierto. Y es una lástima que no se escuchen los consejos de un hombre con la experiencia y la sabiduría que dan los años y esencialmente bueno, como decía el poeta.

La iglesia de Santa Eulalia de Ujo guarda en sus gastadas piedras el peso de doce siglos y la hermosura del arte medieval. Con raíces prerrománicas, al borde del Camino de Santiago, que cruza nuestro concejo, ha visto pasar la historia que está escrita en nuestros genes, y si hablara, su voz sería el eco de millones de voces, de millones de huellas que han ido construyendo lo que somos. La belleza de su portada y de su ábside, además de otros elementos que guarda en su interior, la ligan al sencillo pero delicado románico rural. Esos doce siglos han ido marcando cicatrices sobre su piel, pero no podemos consentir un maltrato impulsado por la incultura, la ignorancia, el desprecio y la desidia.

Quiero ser comprensiva, señor alcalde, con la ingrata tarea de gobernar y dar satisfacción a todos, pero cuando uno asume el trabajo de dirigir la Casa del Ayuntamiento debe rodearse de las personas más inteligentes y eficaces, debe buscar el consejo de los mejores y debe ser uno mismo capaz de escuchar, tomar nota y aportar soluciones. Si no, lo mejor es volver a la vida privada. Fíjese si soy comprensiva que comprendo que ciertas cosas están fuera de sus obligaciones y que instancias superiores (laicas o eclesiásticas) son las que tienen que tomar algunas decisiones. Pero esto es como cuando revienta un grifo en casa: mientras llega el fontanero, lo sensato es cerrar la llave de paso y no quedarse inerme dejando que se inunde todo.

Es decir, señor alcalde, mientras llegan mejores tiempos y desembarca un ejército de expertos en salvar edificios milenarios, a lo mejor se pueden dar órdenes para realizar una vigilancia continua y efectiva, poner indicaciones de prohibición para no jugar en el campo de la iglesia y sancionar el incumplimiento de la norma; es más, se pueden hacer algunas gestiones para que alguna empresa o entidad de cierto fuste (luego eso queda muy bien en las memorias anuales) se haga cargo de la adquisición y colocación de unas mamparas, en la zona más cercana a las vías, que protejan el monumento de las vibraciones de los trenes. Y es que como siempre se dice, hace más el que quiere que el que puede.

La iglesia de Ujo tiene para mí, además de como historiadora, un significado especial. Si me lo permite señor Alcalde, voy a contarle una vieja historia: en agosto de 1936, algunos milicianos llegados de Oviedo a Ujo, y ante los rumores de ciertas apariciones milagrosas en las ventanas de la iglesia, decidieron ir a la misma y quemar los santos y el edificio. Por allí andaba un joven comunista del Comité de Guerra que los disuadió de tal idea diciendo que aquello era una barbaridad; no pudo convencerlos de la quema de las imágenes, pero al menos logró que lo hicieran fuera de la iglesia con el argumento de que podría servir para otra cosa. Ese hecho fue usado en 1938, por el abogado defensor del joven miliciano como atenuante, aunque no sirvió de mucho, en el consejo de guerra sumarísimo al que fue sometido y en el que se le condenó a muerte por delito de rebelión militar.

Hoy, sábado, mientras leía en LA NUEVA ESPAÑA el artículo sobre la iglesia de Ujo, me acordé de este joven comunista, porque en la misma página venía un breve texto de opinión, firmado por usted, señor alcalde, y titulado "Los héroes de la democracia", y donde dice, entre otras cosas, que en lugares como el Pozo Fortuna está lo mejor de una generación que defendió las libertades. El joven comunista del que le hablo, luchador en varios frentes en defensa de la República, fusilado injustamente al amanecer del 25 de junio de 1938, frente a las tapias del cementerio del Salvador de Oviedo y enterrado en su fosa común, se llamaba Jesús Fernández Álvarez, tenía 33 años y era mi tío abuelo. Yo también mantengo encendida la llama de su memoria. Tendría bemoles que casi 80 años después, sus descendientes políticos no movieran un solo dedo en ayuda de un notable y noble edificio que él ayudó a salvar de la destrucción.

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