Al compañero caído
Hoy más que nunca estoy orgulloso de mí mismo, de no haberme equivocado.
Yo fui minero en aquellos años donde las centrales sindicales y sus líderes eran poco menos que idolatrados.
Mi repulsa por tal sumisión a estos personajes que proliferaban por doquier no estaba muy bien vista en aquellos ambientes minero-sindicalistas de irreal camaradería, pero no tuvieron la suficiente capacidad para reconvertirme, eso sí, la tuvieron para derrotarme laboralmente.
Hoy, con el ejemplo del "compañero" Villa, podemos comprobar que realmente eran ídolos de barro y que yo estaba en lo cierto. Por aquellas fechas no estar en ningún sindicato era poco menos que estar condenado y lo estuve de antemano.
Ahora, hoy mismo, varias personalidades del mundo de la política y el sindicalismo se muestran atónitos e incrédulos ante la fortuna de Villa, verdaderamente no es para tanto, quizás ellos mismos también tengan algo que decir, cuando las barbas de tu vecino veas, etcétera.
Siento rabia y pena por los mineros que en aquellos días de lucha y emociones en los que Villa, en un alarde de gallardía, se encerraba con sus compañeros de CC OO y salía puño en alto en olor de multitudes, renegando del cierre de pozos y a la vez pactando los mismos a sus espaldas, aplaudían fervientemente a éstos y seguían fielmente sus pautas.
Hoy estoy pletórico, me siento arrogante, perdono a Villa y le deseo de todo corazón que tenga tanta suerte para engañar a Hacienda como la tuvo para engañar a los mineros durante tantos años.
Yo nunca creí en vosotros. "Suerte, compañeru"
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