Mieres y su Fábrica
Como mierense que soy de nacimiento y haber pasado allí toda mi infancia y gran parte de mi juventud, hasta que cumplidos los 25 de años de edad emigré a Alemania -como tantos otros entonces- y, doce años más tarde, regresé a España y me afinqué en Gijón, donde resido desde entonces (hace 41 años), las noticias sobre Mieres nunca dejan de interesarme.
LA NUEVA ESPAÑA del sábado 11 de octubre nos informaba de la disolución de la sociedad Fábrica de Mieres, después de 144 años de existencia desde su fundación. La Fábrica, como allí la denominábamos, era prácticamente nuestro pan de cada día. Quien no estaba en su nómina vivía, en cierto modo, de manera indirecta de la riqueza generada en la misma; comerciantes, artesanos, profesiones liberales, etcétera. Por eso, cuando en 1971 comenzó el traslado de gran parte de su plantilla a las instalaciones de Uninsa, en Veriña, la Fabrica y Mieres empezaron a sentirse como un enfermo al que le van amputando una parte de su cuerpo.
Eran muchas las generaciones que habían encontrado hasta entonces su medio de vida en esa sociedad industrial minero-siderúrgica. En mi familia, mi abuelo paterno había pasado su vida como minero en esa empresa, cuando la minería aún era de montaña. Mi abuela paterna, en sus años jóvenes, trabajó de sirvienta en el palacete de los condes de Mieres, conocido como la "Gerencia". Mi padre fue primero guaje y después vigilante o encargado en el pozo Barredo, hasta que el Gobierno de la República, durante la guerra, lo llamó a filas y, por su edad, pasó a hacer trincheras y fortificaciones en el frente de El Escamplero, donde perdió la vida. Uno de sus hermanos fue primero pinche en Quintos de Mariana y luego vigilante o encargado en el parque de carbones del lavadero del Barredo y después en El Batán, hasta su jubilación. Yo mismo pertenecí durante unos meses a la plantilla del pozo Barredo, pretendiendo librarme de la mili como minero, cosa que no conseguí.
En cuanto a los que pertenecieron a la sección siderúrgica de Fábrica de Mieres, al ser entonces unas instalaciones con una tecnología muy rudimentaria, no lo tuvieron nada fácil. Pudo haber alguno con la suerte de hacerse con un puestín, pero la mayoría lo tenía tan duro como en la mina e incluso más; por eso me extraña que este periódico, cuando menciona a algunos de los trasladados a Gijón, sólo tenga en cuenta a quienes, en mi opinión, menos lo merecen, dos sindicalistas, cuando tantos y tantos otros se dejaron su saber y su esfuerzo cada día durante toda su vida y nadie los tiene en cuenta ni los menciona. Que me disculpen los sindicalistas mencionados por el periódico, pero por mucho esfuerzo que hayan hecho nunca será comparable al de aquellos que se pasaron la vida en la acería, las baterías de coque, hornos altos, laminación, sínter, parque de minerales y tantas otras instalaciones de la siderurgia, con puestos de trabajo duros, penosos y peligrosos.
El Ayuntamiento de Mieres bien haría, en mi opinión, cuando menos en procurar tener adecentada la tumba del que fuera fundador de la mencionada empresa. Creo que es como mínimo lo que se merece quien entonces puso su saber y su capital al servicio de Mieres y sus gentes.
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