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Palacio Valdés y los mineros de la aldea perdida

13 de Octubre del 2014 - Antonio Parra Galindo (Cudillero)

Don Armando fue para mí modelo de escritor profeta de Asturias que canta al edén que todos perdimos. Me empapé de sus obras en la juventud y en la madurez. Muchos en Asturias me llamaron iluso, pero ahora el Principado, como el caballero del Verde Gabán, en Lope, y don Gil de las Calzas Verdes, en Tirso, vuelve a él. Todos quieren regresar al paraíso y recuperar esa ilusión de la aldea perdida.

Narrador omnisciente y omnipresente, esto es, una suerte de mago o demiurgo, su técnica novelística aparentemente tan sencilla resulta inimitable, pues nadie podrá seguir la marcha y los virajes del paso de un genio. Sus libros reflejan ese ayer donde los valores morales eran lo primero. Le consideraron un carca porque vistió a Demetria, símbolo de la belleza asturiana, en traje regional.

Claro que era un patriota regionalista no independentista, y por eso lo mataron en el Madrid rojo, lo dejaron morir de hambre, porque no comulgaba con las ruedas de molino socialistas de esas malas bestias de la Cuenca que han degenerado en Fernández Villa con su chapela de trincón.

Él vivió estrictamente en novelista, vivía de sus libros y no metió los dedos en el cajón del erario público, odiaba la charlatanería y la verborrea a las que son tan proclives los que se expresan con acento corito. Que primero eran comunistas matacuras y posteriormente se hicieron "demócratas" por el papo y de toda la vida, y a vivir, que son dos días, mirando para la cartera y teniendo a cubierto el riñón.

Amaba como buen avilesino los dulces, la folixa y los sombreros. Le gustaban los pasteles del obrador de las monjas, pues tenía una tía abadesa en Gijón a la que iba a visitar.

Omnisciencia, omnipresencia, narrador testigo que coloca el espejo a lo largo de la senda y donde los hombres y mujeres se mueven como muñecos del gran guiñol mientras pasa la vida.

Aunque es un cronista subjetivo, domina perfectamente la historia que se trae entre manos y mueve y hace hablar con maestría a los personajes de sus tramas, que más que inventar, observa.

Se preocupa por la destrucción del paisaje, fue un pionero del ecologismo. Nolo y Plutón, los de la cuenca minera, fueron los asesinos de Demetria y de Jacinto. Un aviso de lo que ocurriría durante la guerra fratricida, y mi familia lo sabe por experiencia. Todo está aparentemente olvidado, pero no hay que perder de vista muchos aspectos de los crímenes de aquellos energúmenos cuando Fernández Villa agita la montera picona que trocó en chapela y pululan por la región los "belarminos". No eran más que falsa moneda. Diga lo que diga el señor Gracia Noriega.

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