Hola, papi

13 de Octubre del 2014 - Marino Iglesias Pidal (Gijón)

Desde el nacer al morir lo que llamamos vivir es ir perdiendo la vida.

Todo se muere excepto la vida. La vida, de una u otra forma manifestada, será tan eterna como la propia eternidad.

Hoy, una vez más he vuelto a pasear por la Senda del río. El río, mi segunda placenta, aunque, pensando que de la que me mantuvo sumergido en el vientre de mi madre no tengo el menor recuerdo, muy bien podría considerar al río como la primera. No estoy seguro, pero probablemente no tenga recuerdos anteriores a él. No sabría decir cuándo establecimos contacto. Lo que sí recuerdo, aunque sin imágenes, es que, claro, no sabía nadar y tenía una prisa inmensa por aprender para que ningún lugar del río me resultara vedado. Lo conseguí muy pronto.

Me pasaba los veranos en remojo. Entre semana en el río, y los domingos en el mar.

Increíble. Ya llevo no sé cuántos años sin bañarme. En el río no es posible, pero sí en el mar, y a pesar de que voy de vez en cuando a la playa, de bañarme ni hablar, no soporto el frío del agua. Una de las cosas a las que he tenido que renunciar.

He renunciado a tantas, que me encuentro totalmente sumergido, no en el agua, sino en la contradicción que suele consumarse en las postrimerías de la vida: Cuando joven quería tiempo para hacer cosas, ahora quiero cosas para hacer con mi tiempo. Es decir, me aburro. Si tuviera un largo y peludo apéndice trasero, ya que a estas alturas no es posible el baño, pasearía por las márgenes del río, como la vaca lechera, por el prado matando moscas con el rabo. Tal imposibilidad, entre muchas otras, es lo que me ha llevado a esto.

Aunque mi labor fundamental, consiste en buscar la postura más cómoda que puedo lograr en la butaca, y sustraerme del exterior.

Dependiendo de la hora del día, imagino vivencias con las que rehago un pasado a mi gusto. Eso ocurre cuando a mi mente no acuden noticias que vi en la tele o que leí en la prensa. ¡Ag! Entonces ¡cómo me pongo! Tengo que soportar lo insoportable, de ahí que considere normal que mis tripas me traigan por la calle de la amargura.

Tener que calarse esta asquerosa sociedad Sociedad creada por una especie ¡inteligente! Cómo puede ser. Y me doy la respuesta: Claro que puede ser. Vamos, es que no podría ser de otra forma.

Aquí está el hombre. Un animal con cinco sentidos, y posiblemente alguno más que aún no hemos descubierto. Un bicho de tantos que, de pronto, a traición, se encuentra con inteligencia incorporada. ¡Casi nada! Por qué digo a traición. Pues sencillamente porque no hubo una preparación previa. El bicho sabe ahora que sabe y ya no habrá, a priori, objetivos inalcanzables para él. El fallo monumental es que al mismo tiempo no se le ha implantado un sentido moral, ético, que ponga límites a los recursos que puede usar para satisfacer sus apetencias. Es un bólido imparable. Un carajo cuya velocidad máxima de largo recorrido seguramente no superaría los 21,1 k/h., tiempo de la maratón hoy en día, se ve de pronto capaz de desarrollar una velocidad supersónica ¡y sin ningún tipo de freno! Hace entonces la parodia de ponerse el freno que no tiene y dicta pautas de conducta, con leyes que obliguen a cumplirlas e impongan los correspondientes castigos a aquellos que no las cumplan. Sabiendo, claro está, que estas leyes se las pasaran por el culo quienes las crean y que sólo servirán para tener bajo control a los memos que les han facultado para crearlas.

Ya la aberrante sociedad creada por todos está claramente dividida entre los que pueden joder con impunidad y los jodidos sin posibilidad. Evidentemente, los primeros, se lanzarán sin miramiento alguno. Me gusta lo que veo, a por ello. Me gusta lo que oigo, a por ello. Me gusta lo que huelo, a por ello. Me gusta lo que toco, a por ello. Me gusta lo que gusto, a por ello. Y no van a esgrimir para lograrlo el áureo brillo de su tarjeta dorada, con cargo a su cuenta, por favor, faltaría más, para eso han creado la otra, con la que mantienen esa que pretenden oculta relación, la negra, para ellos, desahogo de sus perversiones más íntimas, la negrita, con su voz sensual e insinuante que les invita cada vez que abren la cartera. Hola papi, sabes que soy toda tuya, haz conmigo lo que quieras. Y entre follada y follada mariscada, para que la libido no decaiga.

Así es la vaina. El poder, condiciona el reflejo, y sin necesidad de entrenamiento. Los perros son rápidos para esto, y a los de Pávlov enseguida comenzaron a ponérseles los dientes largos al sonido de la campana que anunciaba la vianda. Pero el hombre por supuesto bate todos los records, de ahí el decir de un cómico al que seguí durante un tiempo. Él decía que toda esta gente en busca de posición, lo que pedía al posicionado era: No me des, ponme donde haya.

Es instantáneo, al estar donde hay, inmediatamente salta el automático que el bicho tiene en el brazo y zas, mano a la bolsa. Y a rapiñar sin parar, hasta que la deja temblando y la bolsa pide auxilio, y como el inconveniente es con cargo al penitente, pues hala, a rellenarla de nuevo, que la fiesta no decaiga.

¿Y con estos bichos qué? Pues algún que otro abucheo al pasar, mucho hablar y perro a cagar.

Que se haga la calma chicha para volver a rapiñar.

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