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Alcaldada en las playas de Luarca

12 de Agosto del 2009 - Álvaro Mittelbrunn Puga (Luarca)

Hace unos días, no en «Cartas al director», sino en la página 2, con foto del autor y espacio abundante, hemos leído un escrito del señor alcalde de Luarca y presidente de la Federación de Municipios explicándonos, por si no nos habíamos enterado, lo bien que ha hecho sus deberes en las playas de Luarca y el futuro tan prometedor que nos espera.

Apoyado y custodiado por la Delegación de Costas, arrasó bares y casetas, de las que se salvaron unas treinta (de 250 aproximadamente que había) que fueron depositadas en distintos almacenes, la mayoría en un prado en el polígono de Almuña, de donde fueron robadas algunas. Las que no sobrevivieron al expolio fueron aplastadas por una pala excavadora y cargadas para chatarra. Toda esta operación fue vigilada por un destacamento de Policía antidisturbios, cerrando con vallas el acceso a las playas y cortándolo sobre el acantilado con vehículos de la Guardia Civil de Tráfico.

Todo el mundo sabe que los luarqueses somos peligrosos, y estas medidas abortaron, evidentemente, el secuestro y quizás asesinato del delegado de Costas. El retén de Geos que custodiaba el Ayuntamiento protegió sin duda a las autoridades municipales, que suponemos estaban dentro, pues ninguna se hizo presente ese día.

Esa destrucción masiva de casetas de baño, y la anterior que se fue realizando gradualmente por los servicios municipales, presentada por la Alcaldía como una reivindicación social, el fin de unos privilegios (?) terminó, por la ignorancia y el desconocimiento de la realidad de Luarca, logrando el fin contrario al anunciado. Aparte de una docena de casetas salvadas fortuitamente de la destrucción, de otras, pocas más, que fueron retiradas por temor al expolio, o confiando en las promesas verbales del señor Fernández Pereiro: «Las primeras en retirarse voluntariamente serán las primeras en volver a instalarse», aparte, repito, de esta supervivencia fruto de la casualidad o el temor, fueron al montón de chatarra muchas que eran propiedad de personas que no podían comprar unas nuevas, o no se atrevían a gastar el dinero –compra, transporte, impuesto– ignorando si después de la obligatoria retirada de septiembre podrían volver a llevarlas a la playa. Muchos de ellos no disponen de ningún almacén o terreno donde depositarlas. A la mayoría de quienes las compraron nos le quitan el sueño, afortunadamente, ese desembolso ni esas dudas. Toma justicia social.

Y en cuanto al orden de instalación, más justicia. Se ignoró el padrón mediante el cual los usuarios de las casetas pagaron un impuesto durante muchos años; aunque no estuviese al día, existía, y allí figuraban muchas familias luarquesas. Se procedió a unos sorteos «transparentes», sin que hubiese en ninguno presencia de los interesados, dando prioridad a los empadronados en Luarca, sin tener en cuenta a los que necesitan tener fuera de aquí su residencia por los motivos que sean (entre ellos, el de buscar un trabajo que Valdés no les ofrece), pero tienen casa en Luarca, pagan aquí sus impuestos y vienen todas las vacaciones a gastarse aquí el dinero, son cofrades del Nazareno, de San Timoteo, socio del equipo de fútbol, del Hospital Asilo, de la Cruz Roja... para qué seguir. El fruto de esta acertada transparencia fue, en algunos casos, que al que tenía toda su vida una caseta en la playa tercera le ofrecieron una en la primera o viceversa. Esto sería fácilmente subsanable con buena voluntad; el número de plazas se redujo considerablemente, y en esos espacios vacíos se podría haber ubicado a quien lo pidiese: las molestias de redactar prolijas instancias, y el pago de tres mil y pico pesetas por usar dos meses la «barraca», como le llama el corresponsal del Occidente, señor Peláez, bien justificaría un poco de atención personal, pero... lentejas.

Si el Ayuntamiento nos instaló unas casetas públicas, que cumplen la función de vestuario (por lo menos, hasta que se celebren un par de botellones) pero no las demás: ni sillas, ni tumbonas, ni flotadores, ni cañas, ni toallas o chanclas o trajes de baño de emergencia, ni juguetes para los niños... Pero lo que había que demostrar quedó demostrado: el Alcalde es quien manda a golpe de bando. Bando con algunas deficiencias, como la de limitar a 2,25 metros cuadrados la superficie de la caseta, ¿si los usuarios hubiesen instalado las suyas con 2,25 de frente y 1 de fondo, o sea, completamente legales, cuántas cabrían? Pero bando, al fin y al cabo.

No vale la pena extenderse más, pero sí referirnos, por si llegamos a tiempo, a otra de las obsesiones del regidor, al que sin duda le estorban los coches en el pueblo, al menos mientras se conserven los aparcamientos oficiales de la Corporación y demás. Si ese proyecto de paseo marítimo se lleva a cabo, incluidas las amenazas expresadas (prohibición de tráfico rodado y aparcamiento, excepto vehículos autorizados ¡ay!, parking sobre el acantilado de la playa tercera, etcétera), ¿Ddnde van a meter los cientos de coches que se verán muchos días de este mes desde la Pescadería hasta el muelle de la Encoronada? ¿Qué opina la hostelería local de ese nuevo aparcamiento al que habrá que facilitar un acceso desde Vistalegre o la Ronda, sin bajar a Luarca si no se desea? Los cinco millones o más de este faraónico paseo ¿cuántas docenas de personas lo utilizarán fuera del verano?, ¿no podrían emplearse en algo más provechoso para Luarca y concejo? Por ejemplo, en depurar la mierda que cubre Portizuelo, la que fue llamada «la playa del Nobel». A parte de otras muchas necesidades, como el subvencionar más frecuentemente «mercaos» tradicionales asturianos, con su orgasmatrón y su jaima...

En fin, ¡viva San Timoteo libre!

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