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Facultad de Economía y Empresa: SOS

27 de Octubre del 2014 - Juan Francisco Canal Domínguez (Oviedo)

Un día de principios de septiembre, transitaba yo en mi vehículo camino de la capital del Principado (de Asturias) cuando escuche un comentario de Ángel Gurría, para más señas, secretario de la OCDE, apuntando que una de las posibles explicaciones a nuestra elevada tasa de paro juvenil podría sustentarse en una falta de relación entre el nivel formativo de los jóvenes y el contenido de la formación recibida. Vamos, en palabras llanas, que los títulos formativos que expedimos a los jóvenes estudiantes no aseguran que, efectivamente, hayan adquirido el nivel de conocimientos que se presuponen a los títulos en cuestión. Mi primera reacción, como profesor de una Universidad pública, fue de indignación: ¡otro que lanza calumnias sobre nuestro sistema educativo! Claro, y es que no es el único, seguía yo pensando. Mira que han lanzado mentiras sobre los españoles por ahí fuera con los dichosos informes "PISA", diciendo casi que nuestros jóvenes rayan la ignorancia. ¡Envidiosos! Menos mal que las autoridades competentes lo han dejado bien claro:nada de nada, pura mentira, que aquí estamos en la primera división mundial en cuanto a profesores y alumnos. Y, claro, a ver quién no está de acuerdo, aunque no sea nada más que por pura relación causa-efecto: con todas las reformas educativas que llevamos, es imposible que nuestro sistema educativo no se encuentre ya a estas alturas al nivel de los mejores, si no el mejor. Pues ya me quedé más tranquilo. Y, sin embargo, algo en mi interior me decía: ¿y si es verdad todo eso que dicen los pérfidos extranjeros sobre la deficiente formación de nuestros jóvenes? Temeroso de ser tachado de alarmista y quintacolumnista, me decidí a realizar un test de conocimientos a mis alumnos de primer curso de la Facultad de Economía y Empresa. Dado el número de alumnos a los que imparto docencia, la muestra es estadísticamente representativa del total de alumnos. Para que no hubiera dudas sobre el nivel exigido, diseñé un test vergonzosamente simple, es decir, uno de esos que si lo ves, te da la risa. Propuse cuatro cuestiones matemáticas, tres de ellas para realizar cálculos numéricos, y una sobre conceptos matemáticos. La primera era "¿qué significa y=f (x)?". Aquellos que no estén familiarizados con las matemáticas, el nivel de dificultad de la pregunta sería similar a si el dueño de un taller le pregunta a un joven con el título de FP2 en Transporte y Mantenimiento de Vehículos, y que pretende trabajar en su empresa, si sabe para qué sirve el volante. Difícil, ¿eh? Pues el 90 por ciento no supo qué era eso, teniendo en cuenta que se explica en primero de la ESO. La siguiente pregunta fue "Si y=5 x, calcule la derivada de y respecto a x". En este caso, es como si el dueño del taller pregunta al mismo joven si al meter la marcha atrás, el coche va "pa lante o pa tras". Pues esta función matemática tan compleja supuso un obstáculo insalvable para el 41,5 por ciento. Para aquellos legos en la materia, les aseguro que no se puede proponer una función matemática más simple. Y yo, pensando: no me lo creo. Pero es que estaba empezando la cosa a revelarse en su cruda realidad. Rayando el insulto para un joven universitario, propuse "calcule el 15 por ciento de 320"... ¡el 34 por ciento no pudo con este cálculo! (se imparte en sexto de Primaria). Inmediatamente pensé: ¿cómo logran comprar en las rebajas? Ya, sin miedo a los retos imposibles, decidí que la siguiente pregunta era imposible que no la superasen. Es más, pensé que se reirían de mí: "Divida 243 entre 1,4" ¡El 71,2 por ciento no supo hacerla! ¡Un decimal es una operación de máxima dificultad (se enseña en quinto de Primaria). Para comprobar que el itinerario de Ciencias Sociales, que es la vía elegida por la inmensa mayoría de mis alumnos en Bachillerato, les permite llegar ya afinados, al menos, en materia económica, me dio por preguntar "Defina el concepto de demanda de mercado".Vamos, que para qué sirve el espejo retrovisor. Tal como me temía, el 78 por ciento no tenía ni puñetera idea de lo que estaba preguntando. Y eso que la gran mayoría de los que conté como aciertos no se aceptarían como válidos en un examen de Universidad. Esto, sinceramente, ya no consiguió perturbarme debido a la depresión que tenía. Para terminar de sazonar el test, hice una pregunta inocente: "Si la economía de nuestro país ha repuntado en el último trimestre, ¿qué quiere decirnos “repuntado”). El 30 por ciento no supo lo que significaba. Sin comentarios.

Estadísticamente, si hubiéramos extendido la prueba a todos los grupos, el resultado no hubiera diferido. Y es que el problema no es que no sepan dividir con un decimal, que lo es, sino que eso es el síntoma de un problema mayor: el nivel de formación de los alumnos que entran en esta Facultad es lamentable. Nadie puede ser tan cándido para pensar que no saben dividir con un decimal, pero que en el resto de conocimientos son unos lumbreras. No. ¿Y qué hacemos ante este problema? Porque, claro, una vez que se nos niega poner una nota de corte (elevada, porque un 5, ya me dirán) en estas titulaciones, te llega lo que llega. Pero una vez que te llegan: ¿qué hacer? Una opción es mirar para otro lado y expedir los títulos como si fueran buenos. Sin embargo, esta opción, la más fácil y por la que optan las autoridades académicas, supone un fraude a la sociedad en tanto en cuanto los títulos, como dice Ángel Gurría, por esa vía acaban valiendo para las empresas menos que el papel en que están impresos. Y lo que es peor, para esta generación de jóvenes (y también para muchas anteriores), que no es más tonta ni más lista que lo fue la mía (tengo 42 años), supone una segunda estafa que se suma a otra de la que han sido objeto en su etapa preuniversitaria, donde la superación de la PAU les hacía pensar que estaban mínimamente preparados para ser capaces de entender y asimilar los conceptos que conforman las titulaciones que se imparten en esta Facultad. La otra opción es exigir a los alumnos un nivel de esfuerzo coherente con la calidad de la formación que supuestamente asegura la Universidad de Oviedo. Sin embargo, la consecuencia lógica, que es el aumento de los suspensos, enciende los ánimos de las autoridades académicas, las cuales te envían una carta preguntando qué pasa, y que ya te puedes explicar bien, porque dan por entendido que la culpa es tuya, ya que los alumnos han pasado la pátina de la PAU (ya no se le llama selectividad, porque hace mucho, mucho tiempo que esa prueba ha dejado de ser selectiva). Y es cierto, las envían. Por todo ello, lanzo un SOS desde la Facultad y pido, por favor, que pongan para las titulaciones referidas al inicio de esta epístola una nota de corte como la de Medicina, que en esta Facultad también tenemos derecho a los alumnos más preparados (a no ser que se admita que tampoco hacen falta buenos economistas para que el país prospere). Porque ya decía mi abuela que milagros, los justos: con malos mimbres, malos cestos.

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