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De peineta en peneita

25 de Octubre del 2014 - Migual Ángel Seoane Parra (Iurreta (Vizcaya))

Siempre se ha dicho que nuestros gestos nos delatan, y seguro que es verdad. Pero también dice bastante de nosotros cómo actuamos o cómo soportamos los gestos que nos hacen los demás.

En este país se ha instalado desde hace varios años ya la moda de las “peinetas”, ya sean éstas en sentido figurado o reales y literales como la vida misma.

Inauguró esta moda todo un ilustre, el señor José María Aznar, quien siendo un ex presidente de la nación dedicó nada menos que en una Universidad una peineta literal a los estudiantes que, con mayor o menor acierto, pero siempre en el uso legal de su derecho, protestaban o reclamaban lo que estimaban oportuno. Este hecho, al margen de la desfachatez que supone y lo que dice del individuo en cuestión, es toda una declaración de intenciones y deja bien claro el papel tan importante que nuestros gobiernos otorgan a la educación.

Después han venido las peinetas en sentido figurado. Nos hemos acostumbrado a ver, oír y leer que miembros de la Casa Real, expolíticos de primer nivel, exministros, directivos de banca, etcétera, hayan espoleado y esquilmado las arcas públicas y hayan dilapidado nuestro dinero para su único beneficio y disfrute. La lectura de esta peineta en sentido figurado está entre terrorífica, abominable y repugnante. Viene a decirnos más o menos lo que una peineta literal: señores ciudadanos, sigan ustedes con su régimen de “ajo y agua” y déjennos disfrutar de nuestra orgía en paz. Obviamente, todos conocemos el papel que nos toca a los demás en esa orgía.

Ahora se suma a esta moda el señor Frank Gehry, quien responde con una peineta literal a un periodista que le hace una supuesta pregunta incómoda. El respeto por la ciudad que le acoge, por el premio que se le otorga y por el periodista, que haciendo su trabajo da cobertura mediática a su obra, es silenciosamente aniquilado ante un mínimo atisbo de crítica. Algo así como preguntar: ¿Quién carajo se creen ustedes para valorar mi obra? Pues mire, señor Gehry: le entregamos un premio cuyo coste nos repartimos entre todos los ciudadanos de este país, estemos de acuerdo o no. Y entre todos los ciudadanos que soportamos el coste del premio, algunos son, o somos críticos, con su obra. Quizá también merezcamos una respuesta o, por lo menos, que la pregunta sea denegada con elegancia y respeto.

Esta peineta literal y tan reciente viene decir lo mismo que las anteriores: señores ciudadanos, no son ustedes merecedores de ningún respeto, sigan apoquinando, sigan venerándome y déjenme en paz. Y, por supuesto, que a nadie se le ocurra, bajo ningún concepto, juzgar ni poner en entredicho mi magnífica gestión, mi magnífica obra, mi magnífica trayectoria, mi magnífico mandato, etcétera.

Y justamente, eso es lo que hacemos: dejarlos en paz, asentir o disentir con la cabeza pero, ante todo, ocupar nuestro puesto en la orgía, ese que todos conocemos tan bien.

Después de estas líneas, creo firmemente que nuestra reacción ante los gestos de los demás nos define aun más que nuestros propios gestos.

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