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La insoportable voracidad del ser político

30 de Octubre del 2014 - Francisco M. Domínguez Menéndez (Avilés)

Es cierto, aunque sólo sea por cálculo de probabilidades, que dentro de ese fétido club que conforma la casta ha de haber un porcentaje, más o menos significativo, de personas que eligieron intervenir en la cosa pública por motivaciones absolutamente nobles y honorables. Ahora bien, a los casos de flagrante corrupción, certificados por los tribunales de justicia, habría que añadir aquellos con currículum oculto que aún no han sido identificados por las rotativas, pero que vienen a confirmar la perversa secuencia matemática diaria. Por resumir: podría decirse que son todos los que están, aunque todavía no están todos los que son. O, dicho de otro modo: día a día aumenta el índice probable de corrupción política.

Fueron muchos años de hipocresía, de negar evidencias, de mirar para otro lado, de ocultación, de no asumir responsabilidades reales, de comprar voluntades, de financiación ilegal, de alejamiento social, de aquí no pasa nada, de España va bien, de mentiras y engaños, de palabrería insultante, de hacernos comulgar con ruedas de molino, de creerse intocables, de manipular la información, de enterrar a Montesquieu, de legislar en beneficio propio y de las grandes empresas energéticas y financieras, de permitir y permitirse salarios desorbitados, de derrochar el dinero público, de pagar mordidas, de amiguismos fuera de toda ética, de inutilidad gestora, de primero los míos y las sobras para el ciudadano, de mantener instituciones absolutamente improductivas, de colocar al frente de ciertas instituciones a personas de bajo perfil profesional, de insultar la inteligencia colectiva, de cargar a la sociedad trabajadora con todo el peso de una crisis cuyos orígenes se sitúan en la codicia y voracidad financiera, productiva y política, de mantener las puertas giratorias, y, sobre todo, permanencia sin límites en la actividad pública.

Éste es el quid de la cuestión y el origen de estos lodos: el hacer de la actividad pública un modo de vida que conduce, en no pocos casos, al enriquecimiento ilícito. Bajo el interesado argumento de la experiencia, se cobija, en todas las instituciones del Estado, multitud de personajes cuyo primer y último fin es seguir comiendo del erario y, en no pocos casos, utilizar el cargo público en beneficio propio y de su partido. Una nómina interminable de políticos lapa cuyo único mérito es su adhesión inquebrantable al líder y a la organización. A éstos, a quienes destacan la experiencia como principal patrimonio intelectual para continuar en la actividad pública, habría que decirles que también hay burros con mucha experiencia en labores agrícolas y por eso no dejan de ser burros.

Ésta es la marca España. Ésta es la excelencia en la gestión. Éstos son los patriotas de nuevo cuño.

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