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El cardenal Antonio María Rouco Varela

3 de Noviembre del 2014 - Julio García García (Oviedo)

El dignísimo y respetabilísimo cardenal don Antonio María Rouco Varela es una de las grandes figuras de la Iglesia católica, a la que lleva sirviendo desde 1959, en que fue ordenado sacerdote, hasta hoy, es decir, 59 años.

Realizó estudios de Derecho y Teología en la Universidad alemana de Múnich y es doctor en Derecho Canónico desde 1964.

Fue profesor de Derecho Canónico en dicha Universidad. Pablo VI lo nombró obispo auxiliar de Santiago en 1976 y en 1994 Juan Pablo II le nombró arzobispo de dicha diócesis; luego pasó al Arzobispado de Madrid.

En 1998 Juan Pablo II le eleva a la dignidad de cardenal.

Fue miembro de diversas congregaciones en el Vaticano y presidente de la Conferencia Episcopal Española de 1999 hasta 2005 y desde 2008 hasta marzo de este año.

Fue el organizador de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid en 2011, de tan extraordinario éxito.

Al cumplir 78 años cesa como arzobispo de Madrid y está recibiendo varios homenajes de sus feligreses en reconocimiento de su labor evangelizadora, defendiendo siempre con valentía la fe y la moral de la Iglesia.

Lo que resulta increíble es que un sacerdote, en unas declaraciones publicadas en este periódico con gran relieve, se atreva a decir "que el cardenal Rouco ha sido nefasto para la Iglesia", con lo que, implícitamente, está descalificando a los papas que le distinguieron con tan altos cargos.

Los sacerdotes son ordenados por los obispos para que les ayuden en la tarea de evangelizar y es su deber realizar su misión, en la parcela que se les haya asignado, con humildad y entrega, predicando la doctrina de la Iglesia según su catecismo universal, no según sus opiniones particulares o actuaciones políticas o sociales que no son de su incumbencia.

La Iglesia tiene sus órganos de gobierno y orientación, como son los obispos, las conferencias episcopales, los sínodos, los concilios y congregaciones del Vaticano y, sobre todo, el Papa, y a ello debemos atenernos los que profesamos la fe de la Iglesia.

Es, igualmente, inadmisible y grave que dicho sacerdote se permita pontificar sobre una cuestión que está definida con claridad por la Iglesia, como es el acceso al sacerdocio solamente de varones.

El Papa Juan Pablo II publicó el 22 de mayo de 1994 la carta apostólica "Ordinatio Sacerdotalis", que insiste en reservar la ordenación sacerdotal tan sólo a hombres. Se cita en la carta las razones de la posición católica respecto a la no ordenación de mujeres: el ejemplo consignado en las Sagradas Escrituras de Cristo, que escogió a sus apóstoles entre varones; la práctica constante de la Iglesia, que ha imitado a Cristo escogiendo sólo a varones y su magisterio, que ha establecido que la exclusión de mujeres del sacerdocio está en armonía con el plan de Dios sobre la Iglesia.

Juan Pablo II encargó a la Congregación para la Doctrina de la Fe que expusiera la enseñanza de la Iglesia sobre esta cuestión. El Papa aprobó y mandó publicar la declaración "Inter Insignioris", en la que concluye que la Iglesia no se considera autorizada a admitir mujeres a la ordenación sacerdotal.

Como algunos consideraban que el juicio de la Iglesia tenía carácter disciplinar y no doctrinal, Juan Pablo II escribió la "Ordenatio Sacerdotalis" y puso de manifiesto que "la misión y el papel de la mujer en la vida y en la misión de la Iglesia, aunque no vinculado al sacerdocio, continúa siendo absolutamente necesario e irreemplazable, y según, que aun así, que la Iglesia no puede ordenar mujeres... por tanto, con el fin de alejar toda duda sobre esta cuestión, que atañe a la misma constitución divina de la Iglesia, en virtud de mi ministerio de confirmar en la fe a los hermanos, declaro: que la Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir ordenación sacerdotal a las mujeres y que este dictamen debe ser considerado como definitivo por todos los fieles de la Iglesia".

Un año después se presentó ante la Congregación para la Doctrina de la Fe la siguiente pregunta: "Si la enseñanza según la cual la Iglesia no tiene autoridad, pase lo que pase, para conferir la ordenación sacerdotal a las mujeres, que propone la carta apostólica 'Ordinatio Sacerdotalis', como definitiva debe entenderse como doctrina perteneciente al depósito de la fe". El 2 de octubre de 1995, que aprobó el Papa Juan Pablo II y firmó el cardenal Ratzinger, fue afirmativa. Añadía que lo establecido por el Papa es doctrina infalible. "Esta enseñanza exige un sentimiento definitivo, puesto que fundado en la palabra escrita de Dios constantemente custodiada por la tradición de la Iglesia desde el comienzo, ha sido propuesta infaliblemente por el magisterio ordinario y unánime". Es decir, que esta cuestión no está abierta a la discusión. Y todos los católicos estaremos obligados a acatarla y defenderla.

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