Querido amigo

14 de Agosto del 2009 - Beatriz Terribas Fernández

Querido amigo….

Tu inmensidad infantil te privó de entender el mundo de los adultos quizá porque siempre te acompañó, incluso en el tiempo de los juegos, juguetes y fantasías que pese a tu devoción no pudieron acompañarte cuando así correspondía.

Subtítulo: Muchos, Michael, no entendieron tus anhelos infantiles y despertaste en ellos su íntima crueldad: como todos los seres geniales, te expusiste a la crueldad del mundo

Destacado: Tú que nos legaste tantos mensajes de paz acompañados de corcheas y semicorcheas tienes que continuar el camino que emprendiste para acompañar a quienes más padecen

Siempre fuiste diferente. La luz de tu mirada era implacable, te delataba una y otra vez con ese especial juego de palabras inaudibles que sólo se vislumbra en los ojos infantiles, ese inmenso lenguaje que se aferra a los más nobles sentimientos de lealtad y justicia. Durante mucho tiempo nadie te había podido privar, ni siquiera el paso de los años, de ese don que tantas veces en la condición humana va diluyéndose hasta quedar postergado bajo siete candados que, pese a su fuerza, sólo consiguen que permanezca adormecido y, en ocasiones, afortunadamente, vuelve a aflorar con toda su fuerza cuando la extenuación de vivir sólo lo que se puede tocar, explicar o demostrar así lo requiere.

Sólo en tu madurez física, y pese a esa dolorosa timidez que jamás te abandonó, pudiste hacer realidad tus anhelos infantiles. Muchos no lo entendieron y despertaste en ellos su íntima crueldad. Como todos los seres geniales te expusiste a las atrocidades del mundo. Les extrañaba que un niño como tú vestido de adulto se rodease de animales y juguetes haciendo realidad el mundo de los cuentos, el de la fantasía… que, repletos de color, compartías con otros infantes. Te acusaron por ser diferente de tantas cosas, tantas, tantas… que tu fortaleza, extenuada por el infructuoso empeño que desataste para demostrar la verdad, sucumbió ante el hedor de las injurias. Incapaz de reflexionar, no te diste cuenta de que otros muchos antes que tú ya habían sido apedreados por los «notables», aquellos a los que un remoto día Él llamó «sepulcros blanqueados repletos de inmundicia». El infortunio, al que no te pudiste sobreponer, fue imponiendo su implacable huella en tu mirada, que de pronto dejó de irradiar ese candor que la envolvía.

Cuando todos conocían tu trabajo yo sólo sabía de ti que luchabas por ayudar a los que no quiere nadie, a los que nadie respeta, a los despreciados, a los enfermos… con esa compasión y esa fuerza que sólo se otorga a los elegidos. Tenías el don de la generosidad, ese don que te obligaba a padecer el dolor de los que sufren, a sentir la desolación de los abandonados y a indignarte ante la injusticia, siempre tan feroz con los más débiles. Sin tú quererlo pasaste a engrosar las filas de ese ejército repleto de seres anónimos y de personajes tan conocidos como tú empeñados en desparramar por este extraño mundo un aliento de esperanza. Supe que te habían nominado en dos ocasiones para el premio Nobel de la Paz, pero por esos avatares de la vida no te lo concedieron en Oslo, aunque ya te lo han otorgado en otro lugar más memorable. En ese lugar al que el día 19 de junio había llegado Vicente Ferrer después de recorrer el largo camino que, repleto de incomprensiones y a veces de desprecios, emprendió hace más de 50 años en la India para devolver el honor a los más mancillados del país. Allí habían dejado las puertas abiertas para tu llegada seis días después. Me han dicho que una vez más tu inseguridad te hizo flaquear antes de cruzar el umbral para enfrentarte a la prueba más difícil de tu existencia. Esa prueba para la que no hay preparación alguna. Sin embargo, los temores que arrastrabas desde hacía 51 años pronto se disiparon porque la balanza de la justicia dictaminó su veredicto inmediatamente después de que se desequilibrarse por completo ante el peso de tu expediente, donde con una precisión inaudita se mostraban todos los desvelos que por los más necesitados habías ido acumulando desde tu juventud. Quienes todo lo ven me comentaron que ante la mirada de Aquel a quien solías aferrarte en tus soledades por fin te sentiste reconfortado, respetado y comprendido. Después de tanto tiempo de dolor Él ya ha perdonado tus faltas y te ha devuelto la paz y la dignidad que aquí te arrebataron.

Sé que nadie debe pedir nada, pero yo voy a infringir esa premisa porque tú que no heriste a nadie, que creaste modas y modales aun sin proponértelo, tú que emanabas esa templanza apaleada una y mil veces, tú que nos legaste tantos mensajes de paz acompañados de corcheas y semicorcheas tienes que continuar el camino que emprendiste para acompañar a quienes más padecen, y además trazar otro para aproximarte a aquellos que un aciago día despertaron con el corazón helado y desde entonces son incapaces de sentir todo lo bueno que es capaz de poseer un ser humano. Es una tarea difícil, nadie lo duda, aunque quieras descansar recuerda que a los seres especiales no se les permite flaquear en sus empresas. Por si en ese breve espacio de tiempo en el que ha cambiado tu vida lo has olvidado, aquí, donde todavía estoy y mientras el mundo continúe siendo como lo era al principio del tiempo, no podemos prescindir ni de quienes continúan entre nosotros iluminando la oscuridad más terrible ni de vosotros, a quienes hoy, aún, no se nos permite ver con los ojos terrenales. Deseo que estés en paz, pero no que abandones la labor para la que un día se te destinó y por la que siempre será recordado tu nombre, Michael.

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