Crónica de un sobreseimiento anunciado
La Fiscalía hace mutis por el foro y el juez de la causa devuelve el toro a los corrales. Así de breve resulta la crónica de un sobreseimiento anunciado. A esta España viva, a esta España muerta, ya no la despiertan versos de poeta, se despereza y desesperanza cada día con el relámpago atronador de la bomba informativa. Pero ahí sigue, seguimos, desangrándose lentamente en medio de un proceloso mar de corrupción y mediocridad. Ciega y desarmada. Sin brújula ni patrón. A voluntad de la ola que todo lo arrasa: ahora toca sobreseimiento, ayer inhabilitación de jueces, anteayer amordazado de fiscales, en medio acuerdos de Estado para seguir en tal estado y, mañana, todos contentos, el caso prescribe. Mientras esto ocurre, la verdadera España gira a ritmo de tango, de lamento de cabrones, muerta de hambre y sed de justicia. La otra, la España de los galones, impresa en portadas de aquí y de allá, saca billetes para Suiza y Andorra, tierras de promisión.
Tiempo y dinero perdidos. Poca cosa comparados con la honra y el honor devueltos. Lo dice y certifica el señor juez: no hay caso. Es falso, de toda falsedad, que la falsa facturación se haya falseado. Todo queda en susto, disgusto y quebranto sin duelo. Punto final. Pase el siguiente. Y el que sigue es Jaume Matas, salvado de las aguas carcelarias por la mano incorrupta del discípulo de Balaguer, que reza como ministro de Interior, ora pro nobis et tollit peccata mundi. A Dios lo que es de Dios y Jaume Matas a la calle, que para algo fue luz y guía del gabinete de Aznar y santo de todas las devociones populares mientras mantuvo sus corruptas posaderas en el sillón presidencial de la comunidad Balear. Que ese mismo cielo lo juzgue, al tiempo que pilla bronce.
Mañana turno para Cristina, hermana de rey y señora de su señor. Infanta de España, que lo fue, venida a menos por amor, por la codicia y desmesura de un marido sobrado de todo menos de escrúpulo. Pero qué le vamos a hacer, así es la pasión, la verdadera, la que no admite componendas mercantiles ni entiende de falsedades y lavado de capitales. Esa bendita locura que hizo a Juana pasear a su difunto marido por la vieja Castilla y a ella recorrer con forzada sonrisa la cuesta que da acceso a los juzgados de Palma.
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