Sanidad privada

5 de Noviembre del 2014 - Fermín Gil Alonso (Benidorm)

Esa que dicen “algunos” que funciona mejor, que optimiza los costes. A ésa me quiero referir. Hace tiempo que algunas clínicas privadas –León, Asturias y muy recientemente Benidorm– me han dado motivos para escribir sobre ellas. También es cierto que otras –hasta donde requerí de sus servicios– no me han defraudado. De todo hay.

Basan casi siempre “su éxito” en la buena calidad de sus instalaciones –a veces parecen más un hotel de lujo–, la rapidez en realizarte las diferentes pruebas (cuantas más, mejor, más lucro), y, casi siempre, en la puntualidad con que te reciben, es decir, tiempos cortos en sala de espera. Demuestran una buena organización.

Y tan buena. Entran y salen de las consultas –el acto médico, que es a lo que has ido– como salen los churros de la churrera. A toda velocidad. Ahí está el negocio: a más velocidad de los actos médicos, mayor velocidad de ingresos en caja. Un negocio (y nos quejamos a veces de nuestra buena –algo saturada– Seguridad Social). Eso las diferencia y no –para nada– una mejor calidad de atención médica. En eso, justo al contrario. Gana la Seguridad Social.

Pero veamos el motivo, el último –hubo varios anteriores– de mi queja. Solicito consulta con una dermatóloga para que me observe una verruga en la cara y algunos lunares en la espalda. Tras una rápida asignación de día y hora de consulta, dicha profesional me observa, me diagnostica que ninguna verruga o lunar tiene mal pronóstico y me ofrece eliminarlas. Acepto y se fija –era agosto– septiembre para una primera sesión de eliminación.

A principios de octubre –era conveniente dejar pasar los días de sol, según su consejo–, llamo a la lujosísima clínica –insisto, en Benidorm– para fijar fecha para esa primera sesión de eliminación. Me dan inmediata cita y, cuando me presento ante la dermatóloga, me llevo mi primera sorpresa. Se limita a asignarme una fecha que no es definitiva –y que la clínica me confirmará o variará– para una semana después, para esa sesión (yo iba para quitarme ya esas verrugas). Pasan más de cuatro semanas y no tengo ninguna noticia de la tal clínica. El lunes 3 de noviembre llamo y, tras explicarme telefónicamente que habían tenido problemas con los ordenadores –¡cuántas culpas pagan los ordenadores!– me citan para las 10.30 horas del día 4. Es decir, para el día siguiente. Hasta ahí sin problemas. También me comunicaron que la intervención la llevaría a cabo otra dermatóloga diferente. No hay problema.

Me presento a la hora indicada en recepción. Me pasan por su maquinita la tarjeta de mi seguro privado y me indican el despacho donde voy a ser recibido. Espero menos de 5 minutos y la dermatóloga me recibe. Todo va bien.

Entro en su consulta y viene la sorpresa. La nueva dermatóloga me comunica que hasta el 15 de diciembre lo tiene todo ocupado y debo esperar. Mi cara se quedó a cuadros. Le digo: ¿para asignarme día para la intervención me hacen venir por tercera vez?, ¿no podían habérmelo comunicado a través del teléfono y sin pasar la tarjeta por la maquinita por tercera vez?

La profesional no sabía dónde meterse. Me reconoce que tengo toda la razón pero que ella no puede hacer nada. Me despido respetuosamente, no sin antes comunicarle que mis chequeos anuales no los repetiría en esa clínica y que el boca a boca suele funcionar. Le dije también a una especie de telefonista que me asignaron para recibir mi queja y ni siquiera me preguntó mi nombre ni anotó nada, que yo sabía que a las compañías les ajustan mucho los precios, pero que si no estaban de acuerdo, lo más honesto era no trabajar con ellas, que así no se trata al personal. Añadí que si hubiese ido privadamente –es decir, pagando yo la intervención– estoy seguro de que el trato habría sido muy distinto.

Quiero hacer un llamamiento a las compañías aseguradoras: Adeslas, Sanitas... para que hagan un seguimiento a determinadas clínicas privadas –no todas son así– con las que mantienen convenios, auditen periódicamente la calidad de los servicios prestados y hagan una selección de las mejores. No puede ser que nos tengan por clientes de tercera y se nos trate de forma vejatoria e ineficaz. Si no les resulta rentable, que no firmen convenios con determinadas aseguradoras.

Esto es lo que, en muchos casos, nos ofrece esa “maravillosa medicina privada”. Son unos “artistas pasando la tarjeta por la maquinita” y recibiendo a sus clientes a una velocidad –muchas veces– de más de 15 por hora. Llega el cinismo de alguna clínica privada hasta el punto de, al solicitar consulta, preguntarte si vienes por privado o por alguna compañía. Obviamente, si vas por privado la atención es mucho antes y mejor en todos los aspectos. Los de las compañías somos “chusma”.

Tomen nota todos: pacientes y compañías aseguradoras.

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